viernes, 27 de noviembre de 2015

Cuaderno de notas

Me tiemblan las manos y apenas puedo respirar. Todo parece borroso, irreal, como si estuviera dentro de una pesadilla. Los zombis aúllan como locos, pero los oigo lejanos y amortiguados. Lo único que siento con una intensidad abrumadora es el sabor de la carne y la sangre en mi boca, delicioso pero terrible. No es la primera vez que pruebo la carne humana, ni siquiera es la primera vez que asesino a alguien con mis manos y mis dientes, pero sí es la primera vez que pierdo el control de mí mismo de esta forma. No estaba furioso, como lo estaba cuando despedacé a aquellos malnacidos que torturaron a mis compañeros. No lo decidí fríamente, como decidí acabar, rápidamente y sin dolor, con la vida de aquel muchacho infectado en el cordón militar. Tenía hambre, sí, pero no estaba tan desesperado, he comido hace sólo un rato en el camión. Ni siquiera recuerdo lo que ha pasado. Cuando voy a hablar, se me quiebra la voz.

- Lo siento -le digo a lo que queda de Bernard-. Espero que no sufrieras mucho.

Me quedo en silencio, de rodillas en el suelo, sin moverme durante un rato. No sé cuánto tiempo pasa. ¿Qué puedo hacer ahora? ¿Cómo salgo de aquí? Los zombis rodean la jaula y parece que la carnicería los ha desquiciado aún más. Alargan los brazos y tratan de pasar entre los barrotes, impacientes por hacerse con un pedazo de carne. Entonces se me ocurre una idea.

Sacudo las manos, todavía ensangrentadas, las limpio en la ropa de Bernard, y deslizo la derecha por el cinturón en busca del cuchillo con mango tallado que me he llevado de una de las caravanas del circo. Al cadáver le queda un brazo prácticamente intacto, aunque creo que con la mano será suficiente. El cuchillo es grande pero está poco afilado. Voy a intentarlo.

- Perdóname, por favor. Nunca quise que esto terminara así.

Clavo el cuchillo en su muñeca con un golpe seco, la hoja se hunde un poco pero no limpiamente. Me lleva varios minutos separar del todo la mano del brazo y cuando termino dejo escapar un suspiro de alivio. Recojo del suelo la extremidad amputada y me pongo de pie, cargándome a la espalda la mochila y el rifle. Me despido de Bernard con una leve inclinación de cabeza y me vuelvo hacia los barrotes de la jaula, donde los podridos se amontonan como animales hambrientos. Cojo impulso y, con fuerza, lanzo la mano por encima de los barrotes, más allá de los zombis, que al ver un pedazo de carne pasar cerca de ellos enloquecen todavía más y se dan la vuelta para lanzarse a por ella en una desordenada estampida, de modo que los barrotes quedan despejados por un momento, lo suficiente para permitirme trepar por ellos y saltar al otro lado a toda prisa. Echo a correr, pero antes de salir de la carpa no puedo evitar volverme un instante para mirar atrás y un pensamiento cruza mi mente: ¿qué diferencia hay entre ellos y el Isaac descontrolado de hace sólo un rato?

Salgo de la carpa y sigo corriendo durante varias decenas de metros, hasta estar seguro de que los zombis del interior no van a seguirme. Luego, simplemente me dejo caer de rodillas sobre la descuidada hierba del parque, me quito la carga de la espalda y trato de serenarme. Oigo un suave murmullo cerca y levanto la cabeza para ver que Hamlet viene a recibirme con entusiasmo. Sin embargo, se detiene de golpe a pocos metros de mí, e incluso retrocede un poco. Parece confuso, miro alrededor buscando qué lo ha alterado, y entonces me doy cuenta de que me mira a mí. Sigo cubierto de sangre y apuesto a que mi aspecto es casi tan espantoso como el de los zombis.

- Sólo soy yo, Hamlet.

No se le ve convencido del todo, así que dejo de insistir. Tal vez fuera mejor para él alejarse de mí. Clavo un puño en el suelo, me pongo de pie y recojo mis cosas para marcharme. Empieza a hacerse de noche y el aire fresco del atardecer me hace sentir un poco mejor. Necesito descansar unas horas, puede que dormir un poco, recuperar fuerzas y decidir lo que voy a hacer a continuación. El camión de la comida puede ser un buen refugio para la noche. Empiezo a andar. Hamlet se queda atrás al principio, pero finalmente me sigue.

Como la única forma de entrar en el camión es saltando el mostrador, tengo que coger a Hamlet en brazos y hacerlo pasar primero, para luego trepar yo. Una vez dentro, sentado en suelo, abro algunas bolsas de aperitivos para el perro y echo un poco de agua en un plato. Él se pone a comer y beber tranquilamente, y yo me recuesto en la pared para intentar descansar.
- Qué envidia me das, chaval -digo en voz baja. Hamlet levanta la cabeza durante un segundo para volver a dedicar plenamente su atención a la comida.

Suspiro y cierro los ojos. ¿Cuánto tiempo llevo sin dormir? Desde mi transformación apenas puedo hacerlo. La mayor parte del tiempo siento que no lo necesito, pero en momentos como éste deseo con todas mis fuerzas desconectar mi cerebro aunque sólo sea por un rato. Las imágenes de las últimas horas se repiten una y otra vez ante mis ojos cerrados. Usando mi mochila como almohada, me tumbo en un rincón del remolque, bajo unos estantes, tan escondido como me resulta posible, y le pido al mundo que me dé un respiro.


Al abrir los ojos, la oscuridad que me rodea es absoluta. Después de tanto tiempo sin dormir varias horas seguidas me cuesta unos segundos recordar dónde estoy y qué ha pasado, aunque desearía olvidarlo por completo. Oigo la respiración de Hamlet cerca y siento el calor de su cuerpo junto a mí. 

Las horas que pasan hasta el amanecer se hacen eternas. 

En cuanto empiezo a ser capaz de distinguir algo en la penumbra, me incorporo y estiro los miembros entumecidos. Hamlet se despierta al sentir el roce de mi ropa, inmediatamente alerta y vigilante, pero parece relajarse cuando ve que me acomodo sentado en el suelo y empiezo a rebuscar en mi mochila. Se aleja unos pasos para dar cuenta de las sobras de anoche.

No consigo sacarme de dentro la sensación de haber cometido un acto atroz y repugnante, pero sé que regodearme en ello no mejorará las cosas. Mi objetivo es que algo así no se repita nunca, y para eso tengo que entender qué me pasa y cómo volver a ser el de antes, si es que hay alguna posibilidad de hacerlo. Encontrar el laboratorio del que me habló Bernard era mi mejor baza, antes de cargarme a la única persona que podía guiarme hasta allí. Sin embargo, albergo una última esperanza.
- Te tengo -murmuro, y saco de la mochila el cuaderno de tapas amarillas que perteneció a la compañera de Bernard-. Veamos qué hay aquí.

Paso rápidamente las páginas, y varios papeles sueltos se desprenden y caen a mis pies. Uno de ellos es simplemente un trozo de una hoja con una lista de números anotados. El segundo parece una lista de la compra, tal vez sea un registro de las provisiones que llevaban encima. El último está doblado en cuatro partes, manoseado y mugriento. Al abrirlo, me doy cuenta de que es un mapa. Mejor dicho, es un plano de la ciudad, dividido a lápiz en cuadrantes. Hay un montón de puntos marcados, pero ninguno señalado como el laboratorio. Es más, si el laboratorio está más allá del cordón militar, no creo que aparezca dentro de los límites del plano. Aun así, creo que me va a ser útil para moverme. Sólo llevaba dos semanas destinado aquí cuando todo empezó, hay muchas zonas que ni siquiera he visto.

Después de comprobar que no hay más hojas sueltas dentro del cuaderno, lo abro y empiezo a leer. En la primera página hay una especie de lista, con fechas y códigos que no entiendo.

17 May
D52 - 3:51pm 4146 s0028 m F1 Negativo
D52 - 4:23pm 4146 s0029 h F1 Negativo

19 May
D49 - 7:07am 4146 s0030 h F3 Negativo

22 May
F42 - 1:45pm 4146 s0031 h F1 Negativo

31 May
E52 - 8:34pm 4147 s0032 m F2 Negativo


Las fechas son de mayo, eso fue hace cuatro meses, poco después de que empezara todo esto. Las letras y los números...
- Un momento -digo para mí mismo, y vuelvo a abrir el mapa-. Pues claro. Los cuadrantes.
El código que precede a cada entrada debe de corresponder a uno de los cuadrantes del mapa. Por lo que me contó Bernard, estas líneas podrían referirse a las muestras que la mujer fue tomando en su trabajo diario, probando las fórmulas que se iban desarrollando en el laboratorio. No genera mucha esperanza ver que todas están marcadas como negativas.

Las páginas siguientes continúan de forma similar. Los números van cambiando, y las fechas avanzan en el tiempo. Las entradas están en grupos de unos pocos días seguidos o muy próximos, entre los que pasan cuatro o cinco días sin ninguna nota. Tiene que corresponder con los días en que el equipo salía a hacer trabajo de campo fuera del laboratorio. Las salidas son progresivamente más largas, la última, tal como dijo Bernard, de casi dos semanas. Todas siguen la misma estructura, aunque en algunas hay observaciones anotadas. Junto a una de ellas, parecen las letras "Q.M.", como si se tratara de iniciales o siglas. En otra, hay una anotación que parece hecha por otra persona, con una caligrafía completamente diferente.

01 Sep
E48 - 9:12am 4181 s073 h F3, mordido dos veces en un intervalo de 10min., Negativo

En varias de ellas, hay referencias al comportamiento de las personas de quienes se tomaron las muestras.

18 Ago
F39 - 6:28pm 4169 s0053 m F1, sujeto muy agresivo, muestra tomada bajo sedación, Negativo

02 Sep
D47 - 8:57pm 4181 s0074 h F1, sujeto agresivo, posible contacto con J.S., Negativo
J.S. puesto en cuarentena inmediatamente.

J.S. sin signos de infección después de 12 horas de cuarentena. Se asume que no hay contagio.


El cuaderno resume el trabajo de aquella mujer durante los últimos cuatro meses. Las últimas entradas corresponden al 9 de septiembre, hace poco más de dos semanas. No hay referencias a la ubicación del laboratorio, pero puede que haya una forma de hacerme una idea de la zona en la que está. Despliego el mapa en el suelo y vuelvo a las primeras páginas del cuaderno. Asumiendo que los códigos de letras y números que preceden cada entrada corresponden a los cuadrantes del mapa, intento trazar el camino que el equipo de Miranda iba siguiendo en cada salida. El eje horizontal del mapa está dividido en veinte columnas que corresponden a las letras A a T. El eje vertical está numerado en 52 filas. En sus primeros registros, el grupo toma las muestras a la altura de las columnas D, E y F, en el extremo inferior del plano. Durante los días que dura cada salida, los registros se van alejando de la zona, en diferentes direcciones cada vez, y a medida que pasa el tiempo incluso los primeros registros de cada expedición se encuentran cada vez más lejos. 

Localizo los últimos cerca de una gran zona verde en el mapa que sin duda debe ser el parque en el que me encuentro ahora mismo, en el cuadrante P14. Considerando que el punto de partida de las expediciones parece encontrarse entre D52 y E52, estoy en la otra punta de la ciudad. Sin embargo, creo que estoy tras una pista sólida. Si esta gente entraba en la ciudad siempre por el mismo punto, explorar esa zona me podría llevar al laboratorio del que procedían. Al menos es un primer paso.

Intento trazar un plan en mi cabeza. Usando el mapa podría encontrar la ruta más corta hasta D52, y desde ahí empezar a buscar indicios del laboratorio. Si me pongo en marcha ahora podría cruzar la ciudad en cuanto... ¿dos, tres horas? Antes tal vez sí. Ahora probablemente vaya a ser mucho más, ya que no sé qué puedo encontrarme ni qué desvíos me veré obligado a tomar. 

Sigo trazando mentalmente las rutas que fue siguiendo el equipo de la autora del cuaderno. En una de ellas hay una nota que me llama la atención.

17 Jul
J21 - 12:51pm 4163 s0048 m F2, sujeto perdido
Vehículo bloqueado por grupo masivo, sujeto sustraído
Intentamos dialogar con el sujeto y su acompañante sin éxito
Imposible recuperarlo sin poner en peligro al equipo

Si estoy bien orientado, se trata de una zona por la que he pasado antes. El plano señala una iglesia, creo que corresponde al lugar donde mis antiguos compañeros pasaron un tiempo, una especie de refugio que estuve observando desde la distancia. La nota es muy escueta, pero es posible que los habitantes del lugar recuerden el suceso. No dice qué paso con la persona en quien hicieron las pruebas, pero parece que estaba con alguien. 
- ¿Tú qué opinas, Hamlet? Puede que sepan algo sobre esta gente...

El lugar está más cerca de aquí que D52 y tal vez puedan darme información. Recuerdo que Alex y los demás tuvieron que salir corriendo de allí, pero no creo que los ocupantes del refugio llegaran a verme. Quizá vale la pena intentar sacarles algo de información útil, una primera parada en mi viaje. 


Antes de salir, abro una de las latas de comida de gato y la engullo con rapidez, luego me pongo de pie y estiro mis brazos y mi espalda agarrotada. Hamlet me mira con curiosidad, se resiste un poco cuando lo cojo en brazos para hacerlo pasar por encima del mostrador del camión para sacarlo afuera. Luego salto yo. Al mirar hacia abajo veo que mi ropa sigue cubierta de sangre reseca. Puede que eso sea lo que inquieta a Hamlet... necesito ropa limpia. No puedo presentarme así delante de un grupo humano.

- ¿Preparado? -le digo al perro-. Nos vamos.

Echo a andar, seguido de los pasos ligeros de Hamlet. El sol acaba de salir. Me alegro de marcharme de aquí, nunca me gustó el circo.

sábado, 31 de octubre de 2015

En el centro de la pista

Ni siquiera me ha permitido conservar la palanca, el maldito viejo se ha largado dejándome completamente desarmado, por lo que cuando veo al zombi acercarse a Hamlet peligrosamente lo único que puedo hacer es lanzarme a por él con el puño en alto. Me interpongo entre el perro y el podrido y lo golpeo con fuerza en la sien. No es una herida fatal, pero sirve para desequilibrarlo y hacerlo caer de modo que pueda terminar el trabajo a pisotones. Hamlet no deja de ladrar hasta que el zombi se queda completamente inmóvil. Unas manchas oscuras aparecen bajo la capucha blanca del traje de seguridad que lleva puesto, pero a mí no me ha salpicado nada. Sorprendentemente higiénico.

Me vuelvo hacia el perro, todavía muy alterado.
- ¿Estás bien, muchacho?

Continúa gruñéndole al zombi en el suelo. Me acerco a él y me agacho para acariciarle la cabeza, pero sigue pendiente del cuerpo que está inmóvil a medio metro de nosotros. Aunque los recuerdos que conservo de mi primer encontronazo con uno de estos tipos de los trajes son prácticamente inexistentes, Alex me contó lo suficiente como para no tomarlos a la ligera. Se pasean por la ciudad con esos equipos, haciendo pruebas y algún tipo de experimento. Me hubiera gustado interrogar a éste, pero ya que no será posible me dispongo a registrarlo para ver si lleva encima algo que me pueda ser útil. Le quito primero la máscara antigás, que parece que llevara incrustada en el cráneo, y dejo al descubierto un rostro amoratado, deformado por mis golpes y la infección. Aun así, puedo reconocer los rasgos de una mujer de mediana edad, y al quitarle la capucha aparece un cabello castaño y abundante manchado de una sustancia negruzca.

Acabo de quitarle el traje de seguridad y busco en los bolsillos del chaleco que lleva debajo. No hay armas, ni comida, aunque sí un cuaderno con tapas de plástico de color amarillo chillón. Lo hojeo por encima, sin entender demasiado bien las anotaciones, y lo guardo en mi mochila. Le daré un vistazo luego, cuando esté en algún lugar más tranquilo. No lleva encima nada más que me pueda servir, ni siquiera el chaleco, demasiado pequeño para mí y cubierto en la zona del hombro de sangre reseca. Me pongo de pie y le dedico una última mirada, luego recojo mis cosas y me alejo del cuerpo. Hamlet me sigue con el hocico pegado al suelo. Un cadáver más que ahora se pudre lentamente junto a los otros miles sembrados por toda la ciudad. Me pregunto cuánto tardaré en acostumbrarme al olor.

Continuando con mi plan inicial, me dirijo a la zona donde están las caravanas de los artistas y trabajadores del circo. Damos un rodeo considerable para evitar a los grupos más numerosos de zombis, no quiero tener más enfrentamientos que los absolutamente necesarios para nuestra supervivencia. Al cabo de unos diez minutos llegamos a las primeras caravanas, un grupo de cuatro pequeños remolques antiguos y un poco oxidados. Pruebo con las puertas, pero todas están cerradas con llave. Intento forzar una de ellas, sin ningún resultado, así que trato de echar un vistazo a través de un ventanuco lleno de polvo. No alcanzo a ver nada, ni siquiera después de limpiar el cristal con la manga. Esto no va a ningún lado.
- Vamos a mirar por allí -le digo a Hamlet. No sé si me entiende o no, pero me sigue cuando echo a andar.

Empiezo a desesperarme cuando Hamlet se adelanta y se acerca a una de las caravanas más grandes. Bajo la capa de polvo hay una pintura roja reciente, aunque algo desgastada por el sol. El perro se detiene frente a la puerta. Me doy cuenta de que está entreabierta. La empujo lentamente, atento a cualquier signo que me indique si dentro hay alguien, infectado o no. En el interior todo está silencioso y tranquilo. A un lado, una cortinilla a medio cerrar deja entrever una cama y un pequeño armario. Al otro, inclinado sobre un escritorio de madera labrada, descansa el cuerpo inmóvil de un hombre que debe llevar muerto varias semanas.

Examino la caravana, primero superficialmente, sólo para asegurarme de que no haya nadie más, y me acerco al escritorio. Observo al hombre con detenimiento, aunque la causa de la muerte está clara, tiene una herida de bala en la sien. Miro alrededor, en busca del arma, que está en el suelo junto a una de las paredes. Es un revólver que a primera vista parece de calibre medio, nueve milímetros probablemente. Tampoco es difícil imaginarse qué llevó a este hombre al suicidio, viendo el escenario que rodea la caravana. Cojo el arma y la estudio durante unos segundos. La culata está recubierta de madera y el cañón cromado se ve reluciente, sin duda el propietario la tenía bien cuidada. El cargador está vacío, pero quizás haya munición en algún cajón, así que lo guardo en mi mochila y busco en el escritorio y en un pequeño armario que hay a un lado. En este último, en la parte más inferior, encuentro una cajita de balas del calibre adecuado. Un arma de fuego no me vendrá mal, aunque habrá que usarla con precaución si no quiero llamar la atención.

Al ponerme de nuevo de pie empiezo a fijarme en las paredes de la caravana, en las decenas o tal vez cientos de objetos que hay colgados o en pequeñas vitrinas, una infinidad que cachivaches que parecen traídos de todos los rincones del mundo: máscaras de madera, plumas de colores, pergaminos, tapices, muchos ni siquiera sé lo que son. En el escritorio, las curiosidades se amontonan alrededor del cadáver. Me llama especialmente la atención un gran cuchillo dentro de una funda de piel. Es una pieza de coleccionista: el mango es blanco, tal vez de marfil, tallado con un intrincado diseño geométrico que le da un tacto rugoso. Lo saco de la funda para ver la hoja, de acero brillante, no creo que su dueño llegara a usarlo nunca. Puede que haya que afilarlo un poco, pero me gusta. Me lo coloco en la cintura, sujetando la funda al cinturón.

Junto a la caja de balas para el revólver había otra con munición mucho más grande. Miro alrededor, buscando el arma que pueda acomodarla, y mis ojos se detienen sobre una vitrina situada justo encima del escritorio. Como presidiendo la estancia, un rifle de caza descansa sobre un soporte de madera que, apostaría mi mano derecha, está hecho a medida. Por la forma en la que el dueño lo exhibía, probablemente se trata del más preciado de todos los trofeos que atestan la caravana.

- Prometo cuidarlo como si fuese mío -le digo al cuerpo sin vida que descansa sobre la mesa al tiempo que me acerco para descolgar el arma de su soporte, pero la vitrina de cristal que lo protege está cerrada con llave. La busco en los cajones del escritorio y en las estanterías, pero no la encuentro, así que finalmente registro los bolsillos del muerto hasta dar con un manojo de llaves. Una de ellas, pequeña y plateada, abre la vitrina y por fin consigo el arma.

Nunca he utilizado un rifle de este tipo, así que tendré que tener cuidado las primeras veces. Preferiría no tener que usarlo, de hecho, pero sabiendo lo que me espera ahí fuera tengo que poder defenderme, así que decido llevármelo. Guardo la caja de munición en la mochila y me cuelgo el arma del hombro, descargada de momento. Ahora mismo me enfrento a varios grupos de zombis dispersos de los que me puedo librar fácilmente si no me atacan muchos a la vez, por lo que disparar no parece muy buena opción.

Atravieso la pequeña estancia para abrir los armarios del otro lado de la caravana en busca de comida, de nuevo sin suerte. No hay nada que comer aquí, solo algunos botes de champú y pasta de dientes. Meto un par de pastillas de jabón en la mochila y escucho a Hamlet ladrar afuera, así que salgo rápidamente. Un grupo bastante numeroso de zombis empieza a acercarse a donde estamos.
- Hamlet, cállate -susurro, pero no parece que me entienda. Va a atraer a los podridos si no hago algo. Tengo que alejarme de ellos-. Vamos, muchacho.

Empiezo a andar a paso ligero y compruebo, aliviado, que en cuanto me pongo en marcha el perro me sigue sin ladrar. Dejamos atrás el grupo de caravanas y los carteles del circo para subir la suave pendiente de una colina que ocupa gran parte del parque donde nos encontramos. La hierba ha crecido sin control haciendo que mis pasos sean mullidos y silenciosos. Los zombis se concentran más abajo, esta zona parece limpia. Me detengo al llegar junto a un banco de madera en la parte alta de la colina. Hay una persona sentada allí, y por un momento todas mis alarmas se disparan, hasta que me doy cuenta de que no se mueve y de que está más que muerto. A pesar de todo lo que he visto, resulta bastante inquietante, con su traje impoluto e incluso un sombrero sobre su cabeza. No parece que tuviera una muerte violenta. Lleva un paquete de palomitas de maíz en la mano derecha.

- Te acompaño, si no te importa -le digo, y me siento a su lado. Cojo el paquete de palomitas y me llevo un puñado a la boca, sin pensar, mientras observo el macabro circo de los horrores que ocupa la llanura. De repente siento que mi boca y mi nariz se llenan de un sabor nauseabundo, como si estuviera comiendo cartón podrido, una arcada me sacude y acabo doblado en el suelo, escupiendo todo lo que tenía en la boca. Empiezo a toser y a maldecirme.
- ¡Mierda! ¡Esto no es más que basura!
Hamlet se acerca a olisquear lo que acabo de escupir.
- ¡Fuera de aquí! -le grito, y el perro se aparta con las orejas bajas-. No puedo más -añado en voz baja, para mí mismo.
El agotamiento me pasa factura, todo el cuerpo me duele y mi desesperación aumenta a cada momento que pasa. ¿Qué voy a hacer? No puedo buscar la compañía de otros, no tal como estoy ahora, no sería más que un peligro para todo aquel que estuviera cerca de mí. Tengo que encontrar la forma de volver a la normalidad, pero no sé por donde empezar. ¿Qué pasa si me veo obligado a vagar como un zombi el resto de mis días, a la espera de que alguien finalmente me vuele la cabeza? No, pensar así no me va a ayudar. Tengo que ponerme en movimiento, encontrar algo que comer. Aprieto los puños con fuerza y escucho el crujido de la bolsa de papel que todavía sujetaba en la mano izquierda. El logotipo impreso, borroso y arrugado, me resulta familiar.

Levanto la cabeza para mirar a mi alrededor y mis ojos se paran en un camión aparcado cerca de la carpa principal del circo. Lleva uno de esos remolques que se pueden abrir para convertirse en un puesto de comida ambulante. Las luces están apagadas y hay algunas manchas de sangre alrededor del mostrador, pero por lo demás parece vacío y, lo que es más importante, abierto de par en par. Tal vez sea mi última oportunidad de encontrar algo que pueda comer en este lugar.
- ¡Vamos Hamlet!

Reúno las fuerzas que me quedan para echar a correr colina abajo, en dirección al camión. No puedo usar el camino más corto, ya que hay un grupo de muchos zombis alrededor de la carpa más grande del circo que me cortaría el paso, por lo que doy un rodeo. El perro me sigue de cerca, jadeando. A medida que nos acercamos a la zona más infestada, voy reduciendo la velocidad y me obligo a controlar la respiración para ser lo más sigiloso posible. No quiero enfrentarme a una horda con el estómago vacío.

El portón trasero que da acceso al camión está cerrado, pero no es un gran problema dado que el mostrado está completamente abierto. No está muy alto, puedo coger un poco de carrerilla y dar un salto que me ayude a trepar. Hamlet tendrá que esperar aquí fuera por el momento.
- No tardaré -le digo, y me impulso hacia el interior del remolque.

Me aseguro de que estoy solo antes de ponerme a buscar cualquier cosa que pueda ser comestible aquí dentro. Hay una máquina de palomitas medio llena, pero todas están cubiertas de moho. Después de lo de antes, sólo el verlas me da náuseas. Hay también una freidora llena de aceite y patatas podridas, y bolsas de pan echado a perder. No puedo comer nada de esto.

Al fondo veo lo que parece un congelador. Esperanzado, lo abro y me asomo al interior; un olor pestilente me golpea de pleno y me obliga incluso a retroceder un poco. El congelador no está frío en absoluto, probablemente la electricidad dejó de funcionar hace mucho. Sin demasiadas esperanzas, porque el olor no es para nada apetecible, decido abrir un paquete blanco que se encuentra en la parte superior. El arcón está hasta arriba de ellos, tal vez sean hamburguesas, o perritos calientes. Sin embargo, cuando separo el papel me encuentro el paquete vacío, no queda nada.
- Creo que el mundo me odia.
Abro el resto de los paquetes, pero todos están igual. La carne se ha echado a perder. Tiene que haber algo más...

Entonces veo las cajas bajo el mostrador. Bolsas de patatas fritas, debe haber varias docenas. Abro una, muerto de hambre, y me meto un puñado en la boca. Saben a rayos, y de nuevo me veo obligado a escupirlas. Sin embargo, a simple vista parece que están en buen estado. Vuelvo a intentarlo, pero ocurre lo mismo, no me las puedo tragar. Pruebo con otra bolsa, pero no hay cambios. Simplemente, parece que no puedo tolerarlas. Tal vez sean buenas para Hamlet, así que abro un par de bolsas y las tiro por encima del mostrador. No pierde un segundo para echarse encima de ellas y empezar a dar cuenta de la merienda. Al menos uno de los dos podrá comer.

Yo sigo buscando, abriendo todas las bolsas y cajas que encuentro. Hay bolsitas de ketchup y mostaza en cantidades industriales, botes de pepinillos, cebollas secas... Hasta que, después de un buen rato, doy con una bolsa de plástico llena de pequeñas latas coloreadas con la foto de un gato. Un pequeño rótulo blanco dice "Pollo con jamón". Nunca lo habría pensado, pero quizá funcione. Al fin y al cabo, los gatos comen carne.

Tiro de la anilla para abrir la lata. Inmediatamente, el olor me hace empezar a salivar. Hundo los dedos en el contenido, una pasta rosada y suave, y saco un trozo que me llevo a la boca. No es ningún manjar, pero después de todo lo que ha pasado hoy no voy a hacerle ascos a algo que no me hace vomitar. Podría decir incluso que no está mal. Un par de minutos después, he acabado la lata y abro la siguiente. Antes de empezar la tercera, le paso otra bolsa de patatas a Hamlet por encima del mostrador, el pobre debe de estar tan hambriento como yo.

Después de unas cuantas latas siento que mi apetito por fin se calma un poco. Me relajo, creo que incluso pienso con mayor claridad. Meto todas las latas que quedan, unas quince, en mi mochila, que ya está completamente atiborrada. Aunque no tengo sed, cojo también un par de botellas de agua pequeñas y las guardo en los bolsillos de la chaqueta, quizá Hamlet sí quiera beber un poco. Me espera tumbado al sol junto a las bolsas de patatas ya vacías. Salto por encima del mostrador y aterrizo a su lado con un ruido sordo al que apenas hace caso.
- Venga chaval, se acabó el descanso -le digo casi riendo-. Hay que ponerse en marcha de nuevo.

Me tomo unos segundos para decidir mi próximo movimiento. He explorado la zona de caravanas y no creo que encuentre nada más que me sea útil, así que me fijo en las carpas donde los espectáculos del circo tenían lugar. La carpa principal, la más grande y vistosa, está rodeada de zombis, no sé si artistas, espectadores, o un grupo de podridos que casualmente se ha aglomerado allí. Esos bichos tienen tendencia a juntarse, después de todo. En cualquier caso, me mantendré lejos de ellos. Un poco alejada de la carpa principal, más cerca de la zona de caravanas, hay otra carpa más pequeña con la lona de color azul y que a primera vista parece desierta. Decido probar suerte en esta.

Cuando nos queda poco para llegar, Hamlet se pone tenso. Gruñe y se queda quieto, casi clavado en el suelo, sin hacer caso a mis gestos para que avance. Apenas nos separan unos metros de la entrada, está claro que ha detectado algo en el interior.
- ¿Hay podridos ahí dentro? -le pregunto. Me dedica una mirada rápida, pero enseguida vuelve a centrar su atención en la carpa azul.
- Oye, quédate aquí, iré a mirar.
Doy unos pasos para comprobar que no me sigue. Tal vez sea más seguro que se quede aquí. Ladra al ver que me alejo.
- Cállate, volveré enseguida.
Sigo adelante mientras escucho un par de ladridos más, y llego a la entrada. Aquí es donde yo percibo lo que Hamlet ha detectado hace unos metros: el olor y los gemidos apagados de los zombis llegan desde el interior de la carpa. Vacilo un poco antes de aventurarme a echar un vistazo, pero finalmente me asomo. Creo que tener el estómago lleno me está volviendo más osado.

Al entrar, la visión me sorprende. La carpa está en penumbra, la luz del sol penetra únicamente por algunas rendijas en el techo. El lugar está a rebosar de podridos, pero no andan desperdigados y sin rumbo como suelen hacerlo, sino que se arremolinan todos alrededor de algo que está en el centro de la pista, algo que no alcanzo a ver con claridad, pero que por los barrotes de hierro que sobresalen por encima de las cabezas de los zombis, diría que es una especie de jaula. Me adentro unos pasos y compruebo que ninguno de ellos parece reparar en mí. Bien, eso me concede algo de margen de maniobra. En lugar de atravesar el pasillo de entrada para llegar a la pista, me voy hacia la izquierda para entrar en la primera hilera de gradas que la rodean. Hay unas diez filas de asientos, creo que si subo hasta la última podré ver qué es eso que tanto interesa a la horda de muertos.

Entre los asientos, el suelo está pegajoso y sucio, y el olor a putrefacción parece adherirse a mi piel y a las paredes de lona de la carpa, creando una atmósfera asfixiante. Me pregunto si también yo me empezaré a descomponer, como todos esos desgraciados de ahí abajo.

Al fin llego a la última fila y desde allí, de pie, observo el espectáculo del centro de la pista. Efectivamente, los zombis se apiñan alrededor de una gran jaula circular. Tal vez en otro tiempo hubiese visto alguna fiera en su interior. Ahora, sin embargo, lo que veo es una figura solitaria y encogida en el suelo, vestida de blanco y con la cabeza hundida entre las rodillas. Los zombis alargan los brazos intentando alcanzarla, lo cual sólo puede significar una cosa. Sea quien sea, el que está ahí dentro es humano, y sigue vivo. Más aun, creo que lleva uno de esos trajes de plástico, igual que la mujer que me he encontrado hace un rato.

Me siento en las gradas y me paso las manos por el pelo. Está enmarañado y el sudor lo pega a mi cabeza. Si pudiera llegar hasta la jaula y hablar con esa persona... tal vez conseguiría alguna respuesta a lo que me está pasando. Pero, ¿cómo llego hasta allí? La jaula está rodeada de zombis, y yo solo no puedo con todos. Ni siquiera a tiros creo que pudiera conseguirlo, me rodearían mucho antes de que acabase con la mitad de ellos. No voy a ponerme en riesgo, mi supervivencia es mi prioridad ahora. Así que, ¿qué opciones tengo?

La jaula está abierta por arriba. Los barrotes son altos, pero no tiene techo. La cuestión es cómo paso por encima de la horda y de los barrotes, y cómo bajo luego sin romperme ningún hueso. Podría intentar construir una pasarela desde las gradas, pero tendría que ser demasiado larga. La alternativa son las cuerdas. Hay cuerdas que cruzan la carpa de un lado a otro, no sé si para sujetar la lona, o para el espectáculo de algún equilibrista. Pero si son fuertes, lo suficiente como para sostener mi peso, podría deslizarme por una de ellas hasta colocarme sobre la jaula y después, simplemente, dejarme caer. No es mal plan, creo.

Las cuerdas no están muy altas, pero aun desde la fila superior de las gradas no puedo alcanzarlas, así que bajo casi a pie de pista para escalar por uno de los postes que sujetan la estructura de luces, ahora apagadas e inservibles. Me agarro a las barras de metal que lo componen y, con cierta dificultad ya que apenas puedo meter los pies en los huecos, comienzo un lento ascenso hasta la parte superior, desde donde me agarro a una de las cuerdas. Es bastante gruesa, pero de todos modos doy un par de tirones fuertes para asegurarme de que resistirá antes de dejar que aguante todo mi peso. Me agarro con brazos y piernas y comienzo a deslizarme. La cuerda se tambalea un poco y me vienen a la cabeza recuerdos de mi entrenamiento, hace años. Igual estoy un poco viejo para andar colgándome como un mono. En fin, ya estoy aquí, así que decido continuar. En unos segundos me sitúo por encima de la jaula y miro hacia abajo por primera vez. Mis sospechas se confirman cuando veo, al lado de la figura en medio de la jaula, una máscara antigás. Es uno de ellos, sin duda. Sigue en la misma posición que antes, con los brazos por encima de la cabeza. A su alrededor hay algunas bolsas vacías y todo tipo de suciedad.

- ¡Oye! ¡Oye, tú! -grito. Mi voz sobresalta al tipo y hace gritar a los zombis. Veo que se mueve y finalmente mira hacia arriba. Es un hombre de aspecto demacrado. Abre la boca, pero no dice nada.

- ¡Oye! ¡Apártate si no quieres que te caiga encima!

Se aparta apenas medio metro, arrastrándose por el suelo, todavía con expresión de pánico. Empiezan a dolerme los brazos.

- Voy a bajar.

Suelto primero las piernas, y finalmente los brazos. La caída no es tan mala como esperaba, mis botas golpean el suelo con un estruendo y noto un pinchazo en los tobillos que se disipa enseguida. El hombre me mira aterrorizado, los ojos hundidos en profundas ojeras, la barba desordenada y los labios resecos. Un segundo después comienza a retroceder, sin levantarse del suelo, hasta casi ponerse al alcance de los zombis que alargan ávidamente los brazos desde los barrotes. Uno de ellos apenas lo roza con los dedos, pero es suficiente para que el hombre salte de nuevo hacia delante.

- Yo que tú no me pondría cerca de ellos.
No se mueve, pero parece reunir fuerzas suficientes para hablar.
- ¿Quién eres? -dice con voz ronca.
- ¿Qué más da? Soy el único que puede echarte una mano ahora mismo.

Me acerco un poco y saco del bolsillo uno de los botellines de agua que me he llevado del camión para ofrecérselo. Tendrá unos cuarenta años, quizá algo más. Huele incluso peor que los zombis. Coge la botella sin decir una palabra y prácticamente la vacía de un trago.
- ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
No responde, se limita a coger aire para terminar de beberse el agua. Cuando acaba, por fin habla.
- ¿Cómo has llegado a este lugar?
- Acabas de verlo.
- No, me refiero a aquí, en general. Al circo. Está todo lleno de zombis.
- Yo mismo no me lo explico -hago una pausa-. Pero tal vez tú puedas darme alguna respuesta.
- ¿Respuesta a qué?
Me descuelgo la mochila y rebusco en el interior hasta dar con el cuaderno amarillo.
- ¿Lo reconoces?
El hombre mira fijamente el cuaderno y luego a mí, vuelve al cuaderno y a mí de nuevo.
- ¿De dónde has sacado eso? -pregunta con un hilo de voz.
- Se lo cogí prestado a tu compañera.
Vacila antes de hacer la pregunta.
- ¿Dónde... dónde está ella?
- Fuera, en la hierba. Ha muerto.
- Oh, Dios...
Hunde la cara entre las manos y se estremece en un sollozo.
- Lo siento -digo.
Niega con la cabeza, le cuesta hablar.
- Debí haberlo imaginado... Albergaba la esperanza de que hubiera escapado de alguna forma. De que si aguantaba lo suficiente, volvería con ayuda. Aunque en los últimos días me había convencido de que iba a morir.
- ¿Cuánto tiempo llevas aquí? -repito mi pregunta de antes, ahora que parece más colaborador.
- Trece días -responde-. Fui tan estúpido como para pensar que aquí dentro estaría a salvo, porque estaría fuera del alcance de los zombis, y casi muero de deshidratación. Gracias por el agua, por cierto. Se me acabó hace casi dos días.

Creo que está más tranquilo. Con un poco de suerte, sacaré algo de información útil.
- Verás, en ese cuaderno hay muchas cosas escritas que no entiendo -empiezo-, y me gustaría que me las explicases.
Le acerco el cuaderno y dejo que lo coja, luego me siento a su lado. Me llega el olor de su carne mezclado con el de orina y excrementos. Es una sensación muy extraña, su olor es realmente apetecible, pero intento no prestarle atención. El hombre ojea las páginas manuscritas de su antigua compañera.
- ¿Qué quieres saber?
- ¿Qué hay en ese cuaderno?
- Son las notas de Miranda. Un registro de sus observaciones.
- ¿Qué tipo de observaciones?
- Oh, no puedo contártelo. Es información protegida.
- Así que protegida... Te enseñaré algo.
Me empiezo a desatar los cordones de la bota bajo su mirada confusa. Me quito la bota y el calcetín, y subo la pernera del pantalón para dejar al descubierto mi tobillo. La cicatriz de una fea herida desfigura mi piel, amoratada en algunas zonas.
- ¿Ves esto? Unos días después de que comenzara la cuarentena, un zombi me hizo esto. Me mordió, como puedes imaginarte. Recuerdo que me dolía mucho todo el cuerpo, hasta que al final perdí el conocimiento. Y luego, me desperté. No me encontraba demasiado bien, pero obviamente estaba vivo. Las personas con las que estaba por aquel entonces me contaron que tres hombres vestidos como tú y tu compañera vinieron y me inyectaron algo, me sacaron sangre y se largaron, todo ello mientras estaba inconsciente y mis compañeros amenazados o retenidos a punta de pistola. Así que, ¿por qué no me cuentas a qué os estáis dedicando? ¿Por qué estoy aquí dentro -señalo en dirección a los zombis que nos rodean-, en lugar de ahí fuera?

El hombre me mira estupefacto.
- Tú... ¿sobreviviste?
- ¿Por qué te sorprende tanto?
- Lo siento, no puedo contarte nada.
- Entonces tal vez me largue por donde he venido, y te deje aquí para que te pudras del todo.
Se pasa la mano por el pelo y suspira.
- Escucha -le digo-, no creo que vayan a venir a por ti. Tus amigos deben estar todos ocupados haciendo experimentos con la gente que se encuentran.
- ¿Has visto a otros vestidos como yo?
- No aparte de... ¿cómo se llamaba? ¿Miranda?
- Dios, todo esto es un desastre...
- ¿Un desastre? ¿Tienes la menor idea de lo que me hicisteis? Me debes una explicación, sobre todo si esperas que te ayude a salir de aquí.
- Mierda... -cierra los ojos.
Me siento a su lado y empiezo a calzarme de nuevo.
- Cuéntame quiénes sois, qué hacéis. Luego nos largaremos de este agujero.
- Está bien, pero te advierto que yo soy un don nadie dentro de la organización. No tengo toda la información.
- Tú cuéntame lo que sepas.
- Verás, cuando se declaró la cuarentena y el ejército sitió la ciudad, pusieron en marcha sus unidades de defensa ante ataques químicos y biológicos. Ellos son los que están, o al menos estaban, a la cabeza de todas nuestras operaciones. Sin embargo, rápidamente se dieron cuenta de que todo esto los sobrepasaba y necesitaban más efectivos, así que reclutaron también a los servicios de emergencia civiles que tuvieran entrenamiento en protocolos de ese tipo. Policía, sanitarios, bomberos, ya te puedes imaginar. Yo era paramédico antes de esto. Miranda era de los militares. Formaron una división nueva y nos metieron a todos allí.
- ¿Con qué objetivo?
- Bueno, inicialmente era para encontrar una cura, claro. Montaron varios laboratorios de campaña alrededor de la ciudad, en realidad no sé cuantos exactamente. Al principio nos enviaban a recoger muestras casi cada día, teníamos que buscar personas que hubieran sido infectadas recientemente y recoger sangre, pelo y piel. Algunos equipos recogían muestras de los propios zombis. A nosotros nos hacían controles a diario, cada vez que llegábamos de alguna expedición. Enseguida empezaron a desarrollar las primeras fórmulas. Dada la urgencia de la situación, hubo pocas pruebas en animales, ¿entiendes? Empezaron a probar los fármacos en los propios infectados. Algunos compañeros se contagiaron por accidente, ellos fueron los primeros. Pero ninguno sobrevivió. La que más resistió agonizó durante cuatro días y luego se transformó.
- Por eso te ha sorprendido que yo estuviera vivo.
Asiente con la cabeza.
- Algunos equipos se dedicaban a probar los nuevos fármacos en los infectados de los que recogían muestras. Sacaban sangre, por ejemplo, inyectaban la fórmula y poco después sacaban otra muestra, y ya en el laboratorio observaban cómo evolucionaba cada una. Pero nunca supe los resultados de esas pruebas. Los rumores decían que todas salieron mal. En un momento dado perdimos el contacto entre laboratorios, así que puede que otros tuvieran más suerte. A medida que pasaban los meses todo fue a peor... Era muy difícil encontrar sujetos experimentales, íbamos perdiendo compañeros, perdiendo la esperanza. Nos marchábamos a expediciones cada vez más largas. Miranda y yo llevábamos más de una semana lejos de nuestra base antes de que me quedara atrapado aquí.

Me tomo unos segundos para asimilar la información. Ya intuía que mi situación era resultado de algún tipo de experimento, pero no me imaginaba todo lo que había detrás. Me surgen muchas preguntas, sobre todo, en relación a si mi estado actual es reversible. Sin embargo, no quiero contarle por el momento las consecuencias de la sustancia que probaron conmigo.

- ¿Dónde está esa base?
- Lejos -dice con una mueca-. Más allá del cordón militar.
- ¿Podrías llevarme hasta allí?
- Si puedes sacarme de aquí, tal vez -me mira de arriba a abajo-. Parece que vas bien armado. Pero no sé cómo vamos a salir de la jaula.
Busco con la mirada algo que nos pueda servir para ello. Podría trepar por los barrotes de la jaula, pero tendría que enfrentarme a los zombis, así que mejor evitarlo si puedo. Lo único que hay aquí dentro es una especie de plataforma circular, que se levanta más o menos un metro del suelo. Podríamos subirnos encima, aunque no es suficiente para llegar de nuevo a las cuerdas.
- Tendremos que pensar en algo -digo al tiempo que me pongo de pie. Luego, me vuelvo hacia el hombre y le tiendo la mano para ayudarlo a levantarse. Cuando se mueve siento otra vez el olor delicioso de la carne fresca y mi hambre se despierta con una fuerza voraz. 
- Me llamo Bernard, por cierto -dice él. Sigue hablando, creo, pero no puedo prestarle atención. No dejo de mirar su cuello, casi oigo la sangre correr por el interior de su arteria carótida. Estoy completamente hipnotizado.





Los zombis aúllan a mi alrededor. ¿Por qué gritan tanto? ¿De dónde ha salido toda esta sangre? Está en todas partes... en mis manos, en mi ropa, en mi cara, en el suelo. Hay un cuerpo junto a mí. Está destrozado, su vestimenta plastificada hecha jirones. Me cuesta pensar, pero poco a poco voy entendiendo la atrocidad que acabo de cometer. Ya no tengo hambre.