martes, 30 de octubre de 2012

Cambios de humor

No sé exactamente cuántos días llevo dando vueltas por el cordón militar, creo que un par de semanas. Aquí no hay signos de vida, no he visto un ser humano en todo este tiempo. Sí me he encontrado con unos cuantos zombis, todavía con su uniforme, y con muchos cadáveres desperdigados que se descomponen rápidamente debido a la exposición a los elementos. El tiempo se está volviendo más frío, así que me he dedicado a buscar ropa de abrigo que me valiera para sacársela a los muertos. Me he hecho con una chaqueta y un par de botas nuevas, y también con un rifle y munición, aunque ni siquiera he tenido ocasión de usarlos. Los vehículos abandonados me han sido de gran ayuda, he encontrado muchas cosas útiles que he utilizado para preparar pequeñas trampas que he dejado esparcidas por el bosque. Sin embargo, hay algo que me inquieta, y es pensar qué ocurrió al romperse la cuarentena para que el ejército dejara todo esto aquí abandonado. Ni siquiera tiene pinta de que hayan intentado volver a por algo, es como si los que quedaron vivos se hubieran largado para no volver, como si no tuvieran ninguna esperanza de recuperar este lugar. 

Comienza a bajar el sol, así que salgo del coche donde he pasado casi todo el día y me dispongo a hacer mi ronda por el bosque. Parece que me estoy volviendo un poco nocturno, porque cuando mejor me siento es en las horas antes y después del atardecer. Por el momento, solamente he conseguido atrapar pequeños animales, ardillas y algunos ratones, pero es una dieta muy pobre, y me está costando encontrar y atrapar presas mayores. Tal vez debería intentar arrancar uno de esos todoterrenos y largarme de aquí, conducir hasta quedarme sin gasolina y luego instalarme en otro lugar. Puede que lo haga, uno de estos días, si me veo con fuerzas. De momento, vivo al día, no quiero pensar en el futuro más allá de encontrar algo que calme un poco el hambre que me corroe.

Trato de ser lo más sigiloso posible. Es un ejercicio de autocontrol que exige que ponga todos mis sentidos en lo que estoy haciendo para no cometer ninguna estupidez que espante a potenciales presas. Escucho un murmullo no muy lejos de aquí, pero todavía fuera de mi alcance para un ataque rápido, así que de momento decido revisar mis trampas. Llego a la primera, que no es más que un tubo clavado en el tronco de un árbol. En la parte de abajo he colocado una malla con algunas nueces, de manera que el animal entra para cogerlas pero luego no puede trepar por el interior del tubo, y se queda atrapado dentro.
- Mira qué tenemos aquí -murmuro. Llevo tantos días sin escuchar mi propia voz que incluso me sobresalto, pero dura solo un instante, porque empiezo a relamerme al ver que mi trampa finalmente ha servido para algo. Hay una ardilla dentro, que intenta morderme cuando la saco. Apenas noto sus dientes, rápidamente le retuerzo el cuello y me dispongo a disfrutar del pequeño bocado.

Estoy comiendo, rápidamente y en silencio, cuando escucho el suave sonido de las hojas contra el suelo, los pasos cautelosos de un animal. Cuando levanto la vista, me encuentro otra vez con ese perro. Lleva días siguiéndome, pero no se atreve a acercarse, y si me vuelvo en su dirección, sale huyendo. Tampoco sé por qué un animal seguiría a alguien como yo. Sin embargo, ahí está, parece que por fin se ha decidido a mostrarse y acercarse. Tal vez el hambre lo haya obligado a ello. "Lo siento", pienso, "pero esto es mío y no lo voy a compartir".

El animal se acerca un poco más y me mira fijamente. Más que a mí, a lo poco que queda de la ardilla entre mis manos. Mierda, empiezo a sentir lástima. Termino con la comida más deprisa aún.
- No hay nada para ti -le digo, aunque no sirve para disuadirlo. 
Se sacude un poco el pelaje negro y enmarañado y avanza unos pasos más.
- Vete, no queda nada -añado. Sigue mirando mis manos con esos ojos enormes y tristes. Mierda, no quiero un perro. Dejo los huesecillos de la ardilla en el suelo, lo único que no he podido masticar, y me marcho en busca de mis otras trampas. El perro se queda en el lugar donde he estado sentado, dando cuenta de mis sobras. Me alejo antes de que se le ocurra venir detrás de mí.

Mi suerte se termina pronto. Cuando la oscuridad comienza a envolver el bosque, me doy por vencido. El resto de mis trampas estaban vacías, así que echo algo de comida nueva en ellas y vuelvo al cordón militar. Trampas vacías, estómago vacío. El hambre me enfada. Vuelvo a pensar en marcharme de aquí, pero no sé qué voy a comer, allá donde vaya. 

Regreso a mi coche, un todoterreno que no arranca y cuyo motor ya he desvalijado para construir mis trampas del bosque. Compruebo sin mucho interés que todo sigue como lo dejé. No estoy cansado, así que me siento sobre el capó del coche y paso un rato escrutando la explanada que lleva a la ciudad. Más allá, estará la zanja repleta de muertos, las fábricas abandonadas, las casas vacías y los comercios saqueados. La noche es clara y puedo ver la silueta de algunos edificios, los más altos, completamente oscuros. Bajo del coche de un salto y me aventuro algunos metros en dirección a la zanja. Si escucho atentamente, puedo oír los gemidos de los muertos desde aquí. Me pregunto si habrá alguna forma de que los zombis atraviesen el hoyo, y si eso fue lo que hicieron para llegar hasta aquí. Camino un rato en la misma dirección, agudizando el oído a cada paso, acercándome a los lamentos de las criaturas que se han adueñado de la ciudad.


Un sonido extraño rompe la letanía. Un sonido que, a diferencia de los aullidos de los zombis, llevo mucho tiempo sin escuchar. Pasos rápidos, una respiración apresurada. Un ser humano, y no está lejos. Cierro los ojos y trato de determinar de dónde viene el sonido. Luego, echo a correr en su busca.

Procuro no perder de vista la hilera de vehículos muertos que delimitan el cordón militar, para no desorientarme en la oscuridad. Ahora lo escucho más cerca, alguien corre. Huye, más bien. Algo lo persigue, algo silencioso que, inesperadamente, lanza un lúgubre alarido a la noche. Ahora los veo, sus siluetas en la penumbra. El cazador se mueve con una rapidez aterradora y va ganando terreno segundo a segundo. Dudo un instante, pero no dejo de correr. Hace mucho que no me enfrento a uno de esos, y llevo días sin apenas alimentarme. No obstante, si no hago algo pronto le dará alcance al desgraciado que corre delante, así que acelero, siento tensarse mis músculos y el cosquilleo en las extremidades que precede a la acción. Lo intercepto con un placaje de los que hacen historia.

Mi velocidad, unida al impulso que llevaba la criatura, hacen que salgamos despedidos y rodemos por el suelo varios metros. No consigo mantenerlo sujeto y se pone rápidamente en pie, a sólo unos pasos de donde estoy. Sin embargo, no viene a por mí, continúa centrado en su presa y echa a correr de nuevo. La víctima, un poco más lejos, ha caído de rodillas al suelo. Me levanto rápidamente y salto de nuevo sobre el zombi, tumbándolo de un golpe y aplastando su cara contra el polvo. Parece que lo tengo inmovilizado, no sé cómo logra zafarse de mi presa e incorporarse de nuevo. Pero ahora las cosas cambian, ya que no se aleja. Se pone en pie para lanzarse sobre mí con todas sus fuerzas, dispuesto a arrancarme la cara de un mordisco. Tumbado en el suelo, freno su mordisco agarrándole las mandíbulas con las manos. Intenta morderme, desesperado, y siento cómo sus dientes se me clavan en las palmas y abren pequeños cortes. No podré continuar así mucho tiempo, así que descargo una poderosa patada en su estómago y logro alejarlo de mí. Ruedo para ponerme en pie y me preparo para su ataque. Como esperaba, carga contra mí, así que simplemente me desplazo un poco y lo detengo golpeando su cuello con el brazo. Una vez desequilibrado, basta una patada para echarlo al suelo. Me agacho junto a él, colocando una rodilla sobre su garganta, y agarro con fuerza su mandíbula. Tiro, la desencajo, doy un fuerte golpe con un movimiento rotatorio. Sigo así durante más de treinta segundos, hasta que consigo arrancarla. El zombi queda inmóvil en el suelo. Lanzo los dientes a lo lejos, y sin limpiarme la sangre negruzca de las manos, me voy a buscar a quien sea que este monstruito estaba persiguiendo. 

Distingo la silueta en el suelo, todavía de rodillas. Me apresuro a su lado pero, antes de haber dado tres o cuatro pasos, escucho un ruido detrás de mí, un gorgojeo que hace que me vuelva sobresaltado. El muerto, aún sin su mandíbula inferior, se lanza hacia mí como un animal, pero algo lo hace caer antes de que me alcance. No pierdo el tiempo, aprovecho su caída para terminar con esto de una vez aplastando su cráneo con la fuerza de mi bota.

Al terminar, miro alrededor, buscando qué es lo que lo ha hecho caer, y me encuentro de lleno con mi pequeño acosador particular. El perro negro, salido de la nada, y que de repente se ha enfrentado a un zombi para ayudarme. Lo cierto es que es toda una sorpresa, pero hay algo más urgente ahora de lo que ocuparme.
- ¡Vamos! -le digo al perro, y me alejo del cadáver para atender al vivo.
Cuando llego, me doy cuenta de que es apenas un muchacho, que no tendrá más de diecisiete o dieciocho años. Está llorando.
- Gracias... -susurra, mirándome asustado.
- ¿Estás herido? -le pregunto. Tarda un rato en responder. Al final asiente con la cabeza.
- Me ha mordido.

"Mierda."

- ¿Dónde te ha mordido? -pregunto, tratando de mantener la calma. El chico levanta el brazo y me lo muestra, aunque en la oscuridad sólo puedo ver una mancha oscura sobre su ropa.
- ¿Hace mucho tiempo?
- Unos minutos... me ha alcanzado y me ha mordido, no sé cómo he conseguido escaparme, pero me ha perseguido hasta aquí... ya no podía más, si no llega a ser por usted...
- No te preocupes -le digo, mientras me quito el cinturón-. Voy a usar esto para hacerte un torniquete, estarás bien, ya verás.
No sé si el cinturón será suficiente para detener la infección, pero creo que me dará algo de tiempo para llegar al cordón militar y amputar el brazo. Tengo que evitar que la infección se extienda, o al menos retrasarla al máximo. Lo ayudo a ponerse en pie y prácticamente lo llevo en brazos hasta llegar junto al todoterreno donde paso los días. Lo dejo suavemente en el suelo y busco una linterna entre mis cosas. Luego, me dispongo a examinar la herida.

La piel alrededor de la mordedura está morada, y los vasos sanguíneos comienzan a oscurecerse. Le pongo la mano en la frente para comprobar que tiene fiebre. No lo voy a poder salvar. La infección se está extendiendo. Dudo unos segundos. El perro nos ha seguido hasta aquí, está sentado a mi lado observando con curiosidad la situación. El muchacho va a morir, sin embargo... hay algo que puedo hacer. Algo que él... podría hacer por mí.

No sé si seré capaz.

- ¿Me voy a poner bien? -me pregunta aterrorizado.
- Claro que sí -le respondo-. Cierra los ojos, descansa un poco. Voy a buscar unas medicinas en el coche.

El chico obedece, apoya la espalda en la rueda del coche y se queda quieto. Yo saco la pistola de debajo del asiento. Antes de que abra los ojos, la bala le atraviesa la sien y cae a plomo como un peso muerto.

Iba a morir de todos modos, sólo le he ahorrado el sufrimiento.

El disparo ha asustado al perro, que sale corriendo y se pierde entre la noche. Observo al muchacho, en el suelo, con una expresión de serenidad en el rostro. Me doy cuenta de que estoy salivando, y comienzo el banquete.

Al rato, el perro vuelve a acercarse. Lo veo rondar los alrededores, husmear entre los cadáveres y rascar con las patas delanteras una calavera medio descompuesta.
- Eh, Hamlet, ven aquí -lo llamo. Me río, por primera vez en mucho tiempo. Comer me pone de buen humor.

jueves, 18 de octubre de 2012

La vida en Cornwell

Isabelle es una jefa dura. No me cuesta imaginar por qué los demás ayudantes que tuvo decidieron dedicarse a otra cosa. Le grita a todo el mundo, incluso a los pacientes. Cuenta con el visto bueno de Marcus para hacer lo que le plazca dentro de sus dominios, así que ha convertido la enfermería del instituto en un pequeño feudo en el que ella tiene poder absoluto. Sin embargo, hace bien su trabajo, y eso me gusta. Y después del infierno que he vivido, esto me parece un paseo. De hecho, ya he durado dos semanas, y eso es el doble de lo que aguantó el último que ocupó este puesto. Isabelle era enfermera en el centro de salud de Cornwell antes de la plaga. Es un poco irónico que una enfermera sea mi jefa ahora, pero la verdad es que no me supone un problema. Además de contar con mucha más experiencia, es una mujer llena de energía. Yo estoy agotada, física y mentalmente, y no podría asumir ahora mismo el liderazgo de nada. Me siento mucho mejor obedeciendo sus órdenes y tratando de pensar lo menos posible en un futuro que no sea el inmediato.

Por el momento, el tipo de problemas que hemos tenido en la enfermería de Cornwell han sido de poca gravedad. La mayoría, heridas que sólo necesitaban un poco de limpieza y cuidados, y tal vez un par de puntos de sutura. La enfermería cuenta con una camilla y una cama plegable para los pacientes, y las reservas de medicinas y material sanitario no están nada mal. Isabelle me ha contado que han estado saliendo periódicamente a limpiar zonas del pueblo y han ido reuniendo todas las cosas útiles que han podido encontrar. Esta mañana hemos terminado por fin un exhaustivo inventario de todos los suministros de que disponemos.
- Bien hecho, jovencita -me ha dicho cuando he terminado con la última caja, y ha mirado alrededor buscando otra cosa que encargarme. Aquí todo el mundo se dirige a mí como si fuese una niña. 

Al final, Isabelle no ha encontrado ninguna tarea para mí, ni para ella, así que hemos salido un rato la patio, para que nos diese un poco el aire. Un puñado de niños fingían conducir la moto que hay junto al muro exterior. Isabelle los ha echado de allí diciendo a gritos que iban a romperla, y los críos han salido huyendo aterrorizados. Me he sentido tentada de seguirlos, pero finalmente me he quedado con ella. Creo que con esa capacidad pulmonar esta mujer podría ser cantante de ópera. Puede que le gustase, parece que se lo pasa bien dando voces.
- ¿Alguna vez usáis esa moto? -le he preguntado cuando los niños se han marchado.
- No la hemos usado nunca, de momento, pero Marcus quiere mantener los vehículos en buenas condiciones -ha dicho ella-. Dice que podríamos necesitarlos en cualquier momento. 
He asentido, y nos hemos puesto a andar alrededor del patio. Sienta bien estirar las piernas.
- ¿Te gusta este lugar? -me pregunta de repente. Es la primera vez que se interesa por algo así, así que al principio me quedo un poco parada.
- Sí, claro que me gusta -le digo al final-. Tenemos de todo, la gente es amable y no hay zombis.
- Bien, me alegro. Tal vez tengamos que quedarnos durante mucho tiempo.
- Isabelle...
- Tú lo sabes mejor que ninguno de los que estamos aquí, ¿verdad? Has visto cómo está todo fuera de aquí.
Me quedo callada, pero no dejo de caminar. Asiento con la cabeza.
- Sabes que no van a venir a rescatarnos -dice.
- No lo sé -respondo yo-. Pero lo que he visto fuera... no da muchas esperanzas.
- Lo imaginaba, sobre todo después de ver en qué condiciones llegasteis a Cornwell. Tu amiga todavía no está recuperada, ¿verdad? Debe de ser terrible enfrentarse cara a cara con los zombis.
- Lo es, pero no fueron los zombis los que la dejaron así. Los zombis han matado a muchas personas, a nuestros amigos, a nuestras familias... pero a Mishel fueron seres humanos quienes le hicieron cosas terribles. Humanos, si es que se los puede llamar así...
- Dios mío... Lo siento mucho.
- Habrá que ser pacientes con ella -le respondo, y seguimos andando. 

Isabelle tiene razón, Mishel no está recuperada. Está igual, o peor. Tiene pesadillas todas las noches, y apenas conseguimos que coma. Lydia y yo intentamos estar pendientes de ella, pero es complicado, porque la mayor parte del tiempo parece que está en otro lugar. A veces se pone a gritar y a llorar diciendo que los zombis van a entrar o suplica que la suelten y que no le hagan daño. Es como si reviviera una y otra vez la pesadilla de aquellos días. Y de paso, me recuerda constantemente todo un infierno que me esfuerzo por olvidar. Después del descanso volvemos a la enfermería, aunque hay poco por hacer durante la tarde.  Aún así, lo dejamos todo preparado para atender a posibles heridos o enfermos, porque a última hora, poco antes de anochecer, van a llegar los miembros del grupo que se encontraban trabajando en la granja.

En las dos semanas que llevamos aquí, Isabelle me ha ido contando cómo se ha organizado el refugio y cuáles son los planes de Marcus. Parece que es consciente de que hay pocas probabilidades de rescate, porque ha hecho planes a largo plazo para este lugar. Y el principal, el más ambicioso, es conseguir una fuente de alimentación sostenible. Así que han decidido cultivar sus propios alimentos, y dado que el huerto de la azotea no es ni de lejos suficiente, han buscado otra solución, una granja que queda a unos seis kilómetros de Cornwell y que tiene la ventaja de tener un terreno bastante amplio completamente vallado. Hay ocho miembros del grupo allí ahora mismo, aunque puede que ya estén en camino, en realidad.
- ¿Qué hora es, Isabelle? ¿Cuánto van a tardar?
Isabelle suelta una risotada y da un vistazo a la ventana.
- No mucho, cielo -se vuelve a reír-. No estés tan ansiosa.
- No estoy ansiosa. Bueno... puede que un poco. ¿Traerán comida?
- Puede. Hay gallinas allí, así que suelen traer huevos. Con las verduras no sé si se han aclarado todavía, pero no queda mucho para que empiece a hacer frío así que no sé para cuándo las podremos tener.
- Vaya...
- Pero no pasa nada, tenemos provisiones acumuladas para el invierno. Estaremos bien, ya verás.
- ¡Tía Isabelle! ¡Doctora Sky! 
Una niña con largas trenzas se asoma a la puerta de la enfermería y nos llama a voces con una enorme sonrisa en los labios. La reconozco enseguida. Es Sara, la sobrina de Isabelle. Bueno, realmente no es su sobrina, pero Isabelle y su madre se criaron juntas y son como hermanas. La chiquilla nos hace gestos con las manos para que la sigamos.
- ¡Ya llegan!

La pequeña sale dando saltos, aunque nosotras nos retrasamos un poco porque tenemos que cerrar la enfermería. La niña vuelve a buscarnos y tira del brazo de Isabelle para que se dé prisa.
- ¡Ya vamos, ya vamos!
Nos apresuramos escaleras abajo y nos reunimos en el patio con el resto del grupo. Busco a Mishel con la mirada, pero antes de que la encuentre, ella me toca discretamente un hombro.
- Todos están emocionados, ¿verdad? -le digo, con una sonrisa. Ella mira distraída alrededor, como si acabase de darse cuenta de que todo el mundo está aquí.
- ¡Doctora Sky, ya están aquí! -grita Sara tirando de mi chaqueta. Unos cuantos muchachos abren la puerta trasera del instituto, que da acceso al patio, para dejar entrar al grupo.
- ¿Por qué entran por aquí, en lugar de por la puerta principal? -le pregunto a Isabelle.
- Ah, viene cargados con un par de carretillas -explica ella-. Y también está Lawrence, claro.
- ¿Quién es Lawrence?
- ¡Es él! -grita Sara señalando al frente. Un puñado de hombres y un par de mujeres tiran de dos carretillas llenas de trastos, y enseguida unos cuantos de los que estaban mirando se apresuran a ayudarlos. Detrás, entra el que debe de ser Lawrence.
- ¿Un camello?
Sara me tira de la manga.
- No es un camello, es un dromedario -dice, como si se lo explicase a un niño pequeño-. Sólo tiene una chepa, ¿ves? Es un dromedaaaario.
- Se dice joroba, cielo, no chepa -la corrige Isabelle.
- ¿De dónde habéis sacado un camello?
- Alex, ¿es que no lo has oído? Es un dromedario.
- Dromedaaaario -añade Sara con una risita.
- Está bien. ¿De dónde habéis sacado un dromedario?
- Lo encontraron en una de las primeras expediciones que hicimos -dice Isabelle-. Estuvimos explorando los alrededores para saber dónde había zombis o algún otro peligro y Lawrence andaba por ahí, solo.
- ¿De dónde salió? 
Isabelle se encoge de hombros.
- Nuestra hipótesis es que de un circo, pero no lo sabemos realmente. Pensamos que podíamos utilizarlo como animal de carga en la granja, así que lo adoptamos. No cuesta mucho mantenerlo, come hierba y hojas, y puede cargar bastante peso así que es muy útil.
Asiento con la cabeza mientras observo cómo descargan al animal, que busca un lugar tranquilo para descansar. Este lugar me sorprende cada vez más.

Un rato antes del anochecer, probamos los huevos frescos y algunas verduras que los compañeros de la granja han traído, aunque apenas podemos tomar un par de bocados cada uno, ya que la comida que producen todavía es escasa. El resto de la cena consiste en las habituales conservas que acumulamos en el instituto. Todos han vuelto ilesos, aunque han tenido que pasar una pequeña revisión de seguridad. Lukas habla con los agricultores, que ahora se quedarán en Cornwell durante unos diez o doce días y serán sustituidos por otros voluntarios en la granja. Al acabar, me acerco a hablar con él en la puerta del comedor antes de que se marche.
- Lukas, espera.
Se da la vuelta, aunque no dice nada. Los últimos rezagados de la cena pasan junto a nosotros sin apenas mirarnos.
- ¿Cómo estás? Hace días que no hablamos.
- Bueno... -mira a ambos lados, aunque en el comedor ya no queda nadie.
- Oye, si te pasa algo... puedes hablar conmigo, ya sabes.
Él niega con la cabeza.
- No me pasa nada, sólo... estoy concentrado en el trabajo.
- ¿Quieres ir a la granja la semana que viene?
- Lo he estado pensando, probablemente lo haga.
No deja de mirar a todas partes excepto a mí, es obvio que se siente incómodo.
- Lukas, ¿qué te ocurre?
- ¿Qué me ocurre? ¡Toda esta mierda, joder! 
- Lukas...
- Mira, no tengo ganas de hablar contigo. Me voy a la cama.
- ¡Oye! Yo no te he hecho nada para que te cabrees así -está empezando a hacerme sentir mal a mí también.
- Tú -empieza, pero parece que duda y no termina de hilar la frase-. Tú me haces pensar en ella, y no puedo soportarlo.
Me quedo en blanco, sin saber qué responder. Él aprovecha que me quedo bloqueada para dar la vuelta y marcharse sin despedirse. Menudo capullo.

Me voy a dormir.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Onegai shimasu

Paso varias horas deambulando sin rumbo. Mi plan llegaba hasta el momento de dejar a Alex y los demás en un lugar seguro y asegurarme de que estaban a salvo. Más allá de eso, no había pensado nada. Quizá creía que moriría o me convertiría definitivamente en un zombi descerebrado, pero lo cierto es que nada de eso ha ocurrido, y ahora me siento extraño y desorientado. No sé hacia dónde ir... no quiero volver a la ciudad, no es más que un hervidero de podridos y de hijos de puta. Vagar por las calles de Cornwell como estoy haciendo ahora tampoco es un buen plan a largo plazo, sabiendo que la comida normal me pone enfermo y que aquí no hay mucha carne fresca que cazar. Sin embargo, explorar zonas nuevas tampoco me atrae mucho por el momento, estoy demasiado cansado para eso, así que acabo tomando el camino por el que llegamos al pueblo.

Hacia mediodía, el cansancio y el hambre empiezan a pasarme factura. Tampoco ayuda que el sol me caiga de lleno encima. Me atonta, me vuelve más lento y más torpe. Creo que a los zombis les pasa algo parecido. No me gusta parecerme a ellos.

Me desvío del camino y me meto entre los árboles, buscando una sombra. En realidad, no hace mucho calor todavía. Queda poco para el verano pero el aire todavía es fresco. Creo que lo que me afecta, más que el calor, es que haya tanta luz, así que me siento bajo un árbol y cierro los ojos. Me quedo así, quieto, escuchando el silencio y los ruidos del bosque. Oigo a los insectos, el roce de las hojas, las criaturas que corretean y se esconden por encima de mi cabeza entre las copas de los árboles. Mi oído parece haberse vuelto más fino y creo ser capaz de seguir el trayecto que recorre algún animalillo no muy lejos de aquí. Algo corre sobre las ramas, sobre las hojas, y yo tengo hambre. Me esfuerzo en escuchar con atención, tratando de adivinar el recorrido de la criatura, y me doy cuenta de que viene hacia mí. Siento el impulso de levantarme y saltar a por ella, pero lo poco que sé de los animales que viven en los bosques es que salen huyendo al menor ruido, así que hago un esfuerzo de contención y me quedo inmóvil esperando que mi presencia pase inadvertida. No es fácil, porque la posibilidad de comer me activa mucho, y las extremidades me arden en un hormigueo eléctrico que me da ganas de saltar, correr y destrozar lo que encuentre. Pero no puedo actuar así si quiero sobrevivir en este mundo. Debo ser un cazador, un estratega. 

"Onegai shimasu"

Escucho la voz de mi antiguo entrenador en mi cabeza. Siempre empezaba así las sesiones de práctica: onegai shimasu. "Por favor". Yo tenía la energía de cualquier adolescente rebosante de hormonas, pero durante los entrenamientos, siempre conseguía concentrarme. Intento recuperar aquella sensación de control, aunque es complicado. Ahora me veo obligado a dominar un impulso mucho más intenso, el hambre atroz que me consume y que me ha obligado a apartarme de la única persona que me importaba en este maldito apocalipsis. 

Unas patas diminutas dan un salto justo por encima de mi cabeza, abro los ojos, me pongo en pie y salto hacia donde está el animal. Me cuelgo de una rama y estiro rápidamente el brazo para cogerlo, pero en lugar de eso la rama se parte y caigo de espaldas al suelo. La ardilla se escapa y, con el estruendo que he causado, no creo que vuelva. 

Y sigo teniendo hambre.

Me adentro más en el bosque, un buen trecho, hasta perder de vista el camino. Esta vez procuro ser silencioso. De vez en cuando, me paro a escuchar, hasta que vuelvo a oír a los animales, y entonces me detengo del todo y repito la operación. Me arrodillo en el suelo, las manos descansando sobre los muslos, y me concentro en los sonidos que me rodean hasta que sé que hay algo cerca, y entonces trato de cazarlo. Sin embargo, es difícil, muy difícil cazar así. Al final del día, solamente he conseguido comerme una ardilla, y sigo hambriento. Tengo que cambiar de estrategia, tal vez tender trampas a mis presas en lugar de tratar de cogerlas sin más. Dispararles no es una opción, tengo poca munición y podría necesitarla para algo más importante. Además, un disparo fallido ahuyentaría a todas las presas potenciales en muchos metros a la redonda. Llevo cuerda, un cuchillo y un mechero en la mochila, pero no sé si será suficiente con eso. Podría buscar algo más en otro lugar... de hecho, no debo de estar muy lejos del cordón militar. Dejaron cientos de cosas abandonadas allí. 

Creo que puedo llegar antes de que sea de noche, así que busco de nuevo el camino y me dirijo de vuelta. No es un lugar al que desee volver, pero podría ser útil, podría incluso encontrar un nuevo vehículo, o armas, o unas botas nuevas. Unas botas ligeras para el verano, eso sería genial. Aunque no sé dónde estaré cuando llegue el verano. Debería pensar en un plan, hacer algo para mejorar mi situación, aunque no se me ocurre qué. No sé muy bien dónde encaja alguien como yo en este mundo.

Ya veo algunos de los vehículos del ejército, todavía un poco lejos, cuando escucho ruidos detrás de mí. Me doy la vuelta sobresaltado, poniendo sin darme cuenta todo el cuerpo en tensión, preparado para atacar. Miro a mi alrededor, pero no hay zombis, ni humanos, ni nada, así que sigo andando. Sin embargo, poco después, los ruidos continúan, como si alguien me estuviera persiguiendo. Cada vez que me vuelvo, no hay nada. Puede que me esté volviendo loco. 

Enfadado, me doy la vuelta y espero, en mitad del camino, a que lo que sea que haya venga a por mí. Al final veo, entre unos árboles, a un perro que se esconde al darse cuenta de que lo he visto. 

Me quedo un rato mirando el lugar donde estaba, y sacudo la cabeza. Loco, sí. Puede que ya lo esté.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Reparto de tareas

El relato de Lydia sobre cómo vivieron aquí el comienzo de la plaga me deja pensando. Cuando declararon la cuarentena, todo el mundo esperaba una evacuación. Luego nos dimos cuenta de que no iba a llegar, de que nadie nos iba a sacar de aquella ciudad maldita. Pero alguien estaba intentando ayudar, no sé quién, tal vez el ejército, el gobierno o las naciones unidas, pero el caso es que hubo evacuaciones, que intentaron llevarse a la gente lejos del peligro. Aunque hubiera otros focos, aunque la zona de cuarentena se ampliara, no puedo evitar encender una leve, levísima esperanza, de que haya un lugar seguro y la humanidad no vaya a desaparecer en breve. Sin embargo, la realidad es que eso parece estar muy, muy lejos...

Miro a mi alrededor. Marcus ha impuesto un castigo al chico que abandonó el puesto de vigilancia anoche, alguien se ha puesto a protestar, aunque no sé muy bien qué ha pasado ya que nos hemos quedado un poco apartados del grupo. Al rato, como era de esperar, las cosas se han calmado y cada uno ha vuelto a sus asuntos. Marcus tiene pinta de ser un hombre estricto, pero este lugar está libre de zombis y hay comida y refugio para todos, así que por el momento no voy a ser yo quien proteste.

Por aquí, todo el mundo parece tener su rutina y dedicarse a sus tareas. Nosotros somos los únicos que estamos parados en medio del patio. Al fondo veo el todoterreno, y también la furgoneta y la moto de las que habló Lydia.
- ¿Qué hacemos ahora? -pregunto al fin. Nuestra guía parece dudar un momento.
- Bueno, ya os lo he enseñado todo -dice-. Creo que deberíamos ir a ver a Marcus para que os asigne alguna tarea. Todos debemos colaborar, ya sabéis... además, tener algo que hacer es bueno para el coco -añade, dándose unos golpecitos en la cabeza con dos dedos.
- ¿Qué haces tú, Lydia?
- Básicamente, un poco de todo -responde entre risas-. Más que nada, intento ayudar en la organización de este lugar y preocuparme de que todo el mundo se sienta bien -hace una pausa- dentro de lo que cabe, claro. Hemos vivido una situación muy traumática y la gente necesita apoyo. No es mi especialidad, pero hago lo que puedo.
- ¿Tu especialidad? ¿Te dedicabas a esto antes?
- Más o menos -responde-. Era psicóloga en un instituto. En este instituto, de hecho.
Empieza a caminar, los demás la seguimos.
- Debe ser raro verlo como está ahora, después de haber trabajado aquí.
Ella asiente con una mirada nostálgica mientras se adentra por los pasillos.
- Me gustaba más antes -dice-. Echo de menos a mis compañeros, la verdad. Incluso a los estudiantes -añade, y se vuelve a reír. Casi parece que sea un mecanismo de defensa.
- ¿Y tu familia? 
- Bueno, mi marido está aquí, ya os lo presentaré. El resto de nuestros familiares, los que vivían en Cornwell, quiero decir, fueron evacuados antes de quedarnos incomunicados. El único que quedó aquí con nosotros fue el hermano de mi marido, pero se marchó con un grupo, intentaban llegar al cordón militar por su cuenta. No volvieron.
El silencio que sigue es un poco incómodo.
- ¿Y qué hay de vosotros? ¿Sabéis algo de vuestras familias? -pregunta ella entonces. Nos cuesta un poco responder, así que doy el primer paso.
- Mis padres y mis hermanas viven lejos -explico-. La última vez que hablé con ellos fue hace meses, antes de que empezara todo esto... Mi padre me dijo que estaba pensando en volver a Canadá. Ojalá lo haya hecho y no le haya pillado esta mierda...
- ¿Tu padre es canadiense? -pregunta Lukas. Yo asiento con la cabeza.
- Y yo también, de hecho, aunque tenía cuatro años cuando llegué aquí.
- Vaya, quién lo diría -dice él-. Aunque al menos tu padre no es un capullo líder de una secta de pirados...
Lydia nos mira con cara rara.
- Ya te lo contaremos, es demasiado largo -dice Lukas-. La gente se ha vuelto bastante loca en la ciudad.
- ¿Qué hay de ti, Mishel? -se me ocurre preguntar. Ha sido una estupidez, porque ella se queda callada hasta que, al cabo de unos segundos, se echa a llorar entre temblores. Cada día estoy más convencida de que tengo un don para cagarla... Lydia nos mira con preocupación, pero no hace nada. Al final, abrazo a Mishel y nos quedamos quietas un rato, hasta que deja de llorar y vuelve a quedarse en ese silencio ausente.

Antes de que echemos a andar de nuevo, Marcus sale de un despacho unos metros más adelante, en este mismo pasillo. Estaba reunido con dos hombres más que pasan por nuestro lado sin siquiera mirarnos. Marcus se detiene junto a nosotros y pregunta si todo va bien.
- Parece que hemos tenido un pequeño momento de crisis -explica Lydia-. Pero te estábamos buscando. Sería buena idea encontrar alguna tarea que hacer para Alex y Lukas, para que no esté todo el día parados. Quizás también incluso alguna cosa para Mishel, puede que le venga bien.
Marcus asiente mientras se rasca la barbilla.
- Veamos qué tenemos por aquí -dice con su voz grave-. ¿Hay algo que sepáis hacer? ¿A qué os dedicabais antes de esto?
- Bueno, yo era músico -dice Lukas-. Y también he sido camarero. Y pintor -se ríe, no sabía que hubiera hecho tantas cosas diferentes-. No sé si algo de eso servirá aquí... Pero estuve en otro refugio, allí hacía de vigilante.
- ¿Y qué pasó, por qué te marchaste? -pregunta Marcus.
- Bueno... -Lukas duda un poco-. Las personas que compartían el refugio conmigo tenían unas creencias un poco extrañas. Formaron una especie de secta de la que yo no quería formar parte.
- La gente está loca, y esta mierda los ha vuelto más locos aún -sentencia Marcus-. Bien, podemos hablar con nuestro encargado de seguridad ¿Qué hay de ti, jovencita?
- Yo era médico -le digo-. Estaba haciendo la residencia en el hospital St. Mark.
Marcus me mira de arriba a abajo, sorprendido.
- Quién lo hubiera dicho -enseguida cambia la expresión a una amplia sonrisa-, ¡si pareces una chiquilla! Bien, es una buena noticia, Isabelle estará contenta de tener ayuda en la enfermería. ¿Te parece bien?
- Claro -respondo rápidamente, asintiendo con la cabeza. Marcus asiente también, satisfecho de haber aclarado las cosas tan rápidamente.
- Entonces, vamos a la enfermería a ver a Isabelle, y luego iremos a buscarle una tarea a Lukas -sentencia.
- Mishel, tú vienes conmigo -dice Lydia, cogiendo a nuestra compañera de la mano. Ella nos mira a Lukas y a mí un poco angustiada. No sé qué va a pasar con ella como continúe así.
- Ve con ella, nos veremos luego -le digo, tratando de tranquilizarla. Lydia tira de su brazo suavemente, pero Mishel no se mueve.
- No te va a pasar nada -le dice Lukas-. Son buena gente, ya lo has visto. Lo que nos pasó en la ciudad no va a volver a pasar.

Mala idea, compañero.

Mishel se pone muy nerviosa, le tiemblan las manos y se le dibuja en el rostro una expresión de terror. No parece más que una niña pequeña y asustada y me siento fatal por las cosas horribles que he llegado a pensar de ella. Se queda como bloqueada, sin responder a lo que le decimos durante un buen rato. Al final, Marcus se exaspera.
- Traeré a Isabelle.
Se marcha dando grandes zancadas por el pasillo mientras nosotros nos quedamos en silencio, escuchando los sollozos ahogados de Mishel, que se ha hecho un ovillo en el suelo y se cubre la cabeza con las manos. Intercambio una mirada de preocupación con Lydia, pero no sé qué hacer, estoy bloqueada.

Marcus vuelve unos minutos después, seguido de una mujer negra, rechoncha y ancha de espaldas que trae un botellín de agua. Lleva un chaleco con muchos bolsillos que casi no se puede abrochar. Deja que ella se adelante cuando están apenas a un par de metros, y nosotros le abrimos paso para que se acerque a Mishel.
- Pero bueno, ¿qué es esto? -dice en voz muy alta mientras pone los brazos en jarras.
- La chiquilla está en plena crisis de nervios -aclara Marcus con impaciencia. Se le notan las ganas de acabar con esta situación. La mujer asiente y saca de uno de los bolsillos del chaleco un bote de pastillas. Entrecierro los ojos para leer la etiqueta del frasco.
- Es valium, cariño -dice ella antes de que consiga leer nada, luego se vuelve hacia Mishel-. Vamos, cielo, un trago de agua y te sentirás mejor.
Todo se para durante unos segundos, mientras Mishel observa lo que le ofrece la mujer con gesto de desconfianza. Me arrodillo junto a ella y trato de abrazarla, pero se aparta de mí, como sobresaltada. Levanto las manos en gesto pacífico y la miro a los ojos.
- Es medicina, Mishel. Por favor, tómatela. 
Se toma su tiempo para decidirse, pero al final accede. Marcus, impaciente, se da la vuelta para marcharse.
- Ven conmigo, chaval -le dice a Lukas antes de irse-. Por cierto Isabelle, la muchacha es tu nueva ayudante.
- ¡Pero si está para tenerla de paciente! -exclama ella.
- La otra, mujer -dice riendo, y se aleja por el pasillo con Lukas tras él. 

Isabelle me mira, evaluándome.
- ¿Sabes algo de medicina? -pregunta muy seria. 
- Soy médico -le digo, casi con miedo. 
- ¡Gracias al cielo! -exclama, de repente parece muy alegre-. Así no habrá que perder tiempo enseñándotelo todo. Si hubieras visto a mis anteriores ayudantes...
- ¿Qué pasó con ellos?
- Oh, tranquila, todos sobrevivieron, pero cambiaron de ocupación... ¡espero que dures más que ellos conmigo!
- ¿Cuánto duró el último, Isabelle? -interviene Lydia con una sonrisilla maliciosa.
- ¡Una semana! -exclama ella. Yo trago saliva.

martes, 4 de septiembre de 2012

Empezar de cero

Me quedo un rato sola, en la acera, viendo cómo se aleja Isaac. Me quedo allí incluso después de haberlo perdido de vista, sin saber qué hacer. Sé que Isaac no va a volver, y que es probable que no volvamos a vernos. Eso me duele.

También sé que no queda otra opción, porque él no puede quedarse aquí, y si lo acompañara no sería más que un lastre. Isaac ha demostrado con creces que es capaz de sobrevivir por su cuenta, pero no puedo pedirle que se ocupe de mí. Entiendo su motivación, entiendo que no puedo ir con él, pero también tengo mucho miedo. Isaac me hacía sentir segura, y luego, cuando se marchó, me quedé con Sam. Ahora no tengo a ninguno de los dos. Está Lukas, pero no es lo mismo. Siento que estoy sola, y no me gusta estar sola en medio del fin del mundo. Supongo que tengo que empezar de cero en Cornwell.

Al cabo de un rato aparece alguien a mis espaldas. Cuando habla, reconozco la voz de Lydia.
- ¿Vienes?
Me doy la vuelta y, después de unos segundos, asiento con la cabeza y la sigo al interior.
- ¿Dónde está Mishel? -pregunto.
- ¿Mishel?
- La chica rubia, la que se quedó toda la noche en el todoterreno.
- Ah, sí, esa chica. Está con tu amigo, el que entró contigo. Nos ha costado un poco convencerla de que podía entrar en la ducha tranquila. Al final tu amigo la convenció, así que supongo que habrán subido arriba ya. 
Asiento y subo junto a ella las escaleras hacia el primer piso. De camino, nos cruzamos con un par de muchachos que bajan las escaleras emocionados.
- ¡Ya tenemos las llaves del coche! -dice uno de ellos dirigiéndose a Lydia-. ¡Marcus ha dicho que nosotros podemos meterlo en el patio!
Los chicos se alejan riendo. La gente aquí parece muy tranquila, muy segura. Me pregunto si llegaré a sentirme como ellos algún día. 
- ¿Qué vais a hacer con el todoterreno? -pregunto. Pensar en cosas más prácticas normalmente suele reducir un poco la angustia.
- Lo pondremos en el patio, con los demás vehículos -explica Lydia-, para usarlo cuando lo necesitemos.
- ¿Tenéis más vehículos?
- Sí, un par... una furgoneta y una moto. Pero no podemos usarlos a menudo, porque la gasolina que tenemos la necesitamos para el generador.
- Creo que el todoterreno es diésel -digo. Lydia se encoge de hombros.
- Entonces, supongo que tendremos que conseguir combustible si lo queremos utilizar.
No parece muy preocupada por ello. Enseguida llegamos a la puerta del aula donde Lukas y Mishel me esperan.
- Te dejo un rato con tus amigos -dice Lydia-. Volveré luego a buscaros y os enseñaré todo esto.

Lukas y Mishel están mirando a través de la ventana cuando entro en la habitación. Es la misma en la que hemos estado intentando dormir esta noche. Me acerco a ellos y echo un vistazo a la calle. Se ve el pequeño jardín que rodea al instituto, un tanto descuidado, la acera y la calle vacía. No me había fijado antes, pero los cuerpos de los zombis siguen ahí, en el suelo, estropeando la vista. Siento un escalofrío, no por los cadáveres en sí, sino por que me hayan pasado desapercibidos. Significa... significa que me estoy acostumbrando a este horror.
- ¿Qué tal la ducha? -pregunto, dirigiéndome a Mishel.
- No me lo podía creer -dice ella, esbozando una leve sonrisa.
- Puede que este lugar no esté tan mal -interviene Lukas-. ¿Qué ha pasado con Isaac?
- Ha decidido marcharse -explico-. Es un poco complicado, todo lo que ha ocurrido con él...
Les cuento a mis amigos la conversación que acabo de tener con Isaac. Mishel conoce gran parte de la historia, pero a Lukas le cuesta creerla. Cuando termino, tiene lágrimas en los ojos, pero sé que no es por Isaac.
- Ness... -susurra-. Pudo haberle pasado lo mismo...
- Lo siento mucho, Lukas.
Él niega con la cabeza. Tiene los ojos cerrados.
- Aquellos cabrones la acribillaron antes de que pudiéramos saber nada -dice, más para sí mismo que para nosotras-. Debería volver y matarlos a todos... Y tú, Alex, no me dijiste nada en el Purgatorio ¿por qué?
- Entonces ni siquiera sabía si Isaac estaba vivo -respondo. Es obvio que le molesta que le ocultara la información, debería recordarle las mentiras que me contó él en aquél momento. Voy a decir algo más, pero Lydia nos interrumpe. Entra en el aula con una sonrisa que ninguno de nosotros le devuelve.
- Si queréis venir conmigo, os enseñaré todo esto.

Cornwell es un pueblo pequeño, así que el instituto tampoco es muy grande. Aún así, ocupa toda una manzana: el edificio principal ocupa dos lados, formando un ángulo recto, el tercero está ocupado por el gimnasio, y el cuarto lado lo forma un muro no muy alto que los habitantes de Cornwell han reforzado con una valla que impediría que los zombis treparan y saltaran al interior. El edificio está rodeado por un jardín que ahora nadie cuida, ya que los habitantes salen lo menos posible. Además, procuran llamar poco la atención, así que no les importa que por fuera el instituto se vea abandonado. Por dentro, eso sí, han hecho un buen trabajo para dejarlo habitable y cómodo.

Lydia nos explica que la planta de abajo está prácticamente cerrada, ya que han tapiado todas las ventanas que dan a la calle y mantienen la mayoría de entradas cerradas a cal y canto. Tienen bien vigilada la principal, que se encuentra en la parte frontal del instituto, y una entrada trasera que da al patio, justo al lado del gimnasio. De la planta baja, mantienen en marcha el comedor, donde tienen reservas de comida suficientes para aguantar todavía varios meses resistiendo. En el sótano, además de los vestuarios en los que estuvimos ayer, hay un par de salas que se utilizaban para entrenamientos cuando el instituto funcionaba como tal, y una serie de salas de mantenimiento en las que hay una caldera y un generador que funcionan con gasolina.
- Electricidad y agua caliente -dice Lukas-. ¿Os dais cuenta de que eso es un lujo ahora mismo?
- Somos muy conscientes de ello -responde Lydia-. Racionamos mucho el uso del combustible. A veces es un poco complicado, porque somos casi cincuenta personas aquí, pero nos apañamos bastante bien.
- ¿Podemos ver el generador? -pregunta Lukas. Lydia niega con la cabeza.
- No tengo llaves del cuarto de mantenimiento. Vamos arriba, os enseñaré el resto.

El piso superior es el que han ocupado como dormitorio. Subimos las escalera y pasamos junto al aula donde estuvimos hace un rato, luego nos dirigimos al fondo del pasillo. Los refugiados de Cornwell se han instalado en varias aulas que dan al patio interior. Están llenas de sacos de dormir, mantas y almohadas. No hay mucho más que ver, así que Lydia nos lleva a la azotea para enseñarnos un pequeño huerto. Un hombre de unos cincuenta años nos saluda.
- Éste es Lewis -dice Lydia-. Le toca el turno de vigilancia.
- ¡Todo despejado! -exclama Lewis alegremente-. ¿Sois los chicos nuevos?
Asiento con la cabeza, tratando de esbozar una sonrisa.
- ¿Qué os parece nuestro pequeño refugio?
Lukas y yo nos miramos.
- Habéis hecho un trabajo increíble aquí -dice Lukas al final. El hombre asiente, satisfecho.
- Seguro que os gusta -dice, con una sonrisa.
- Les estoy enseñando todo esto -interviene Lydia-. Vamos, bajaremos al patio, es lo único que queda por ver.

Nos despedimos de Lewis y seguimos a Lydia hasta la planta baja. Cuando salimos al patio, vemos que se ha armado un pequeño revuelo. Todo el mundo está reunido alrededor de alguien que no podemos ver. Nos aproximamos un poco. Hay un chico joven en medio de la multitud con el que Marcus intercambia unas palabras. Lydia se acerca para ver qué está pasando, pero nosotros nos quedamos atrás, observando la escena a una distancia prudencial. Al poco, ella se da cuenta y vuelve a contarnos qué ocurre.
- Le va a caer una gorda -dice con expresión resignada-. Ese chico estaba de guardia cuando los zombis se acercaron anoche. Debería haber estado en su puesto, vigilando en la azotea como estaba haciendo Lewis hace un rato.
- ¿No estaba allí? -pregunta Lukas. Lydia niega con la cabeza.
- Abandonó su puesto y no quiere decir por qué -explica-. Creo que estaba con alguien más, creo que estuvo con una chica y no quiere implicarla. Así que va a asumir el castigo él sólo...
- ¿Qué castigo? -pregunto mientras los recuerdos del Purgatorio me provocan escalofríos.
- El que Marcus decida -dice Lydia-. Supongo que le tocará pasar algo de hambre y hacer trabajos extra. No pasó nada grave, pero podría haber pasado. Jospeh podría haber muerto, o vuestro amigo, el que se ha marchado.
- Supongo que Marcus es quién está al mando aquí.
Lydia parece un momento incómoda, pero se encoge de hombros.
- Es quién montó este refugio y se ocupó de todos cuando el gobierno nos abandonó aquí, a nuestra suerte.
- ¿Qué pasó? -pregunta Lukas.
- ¿No lo sabéis?
Lukas y yo movemos la cabeza al unísono.
- Estábamos atrapados en la ciudad. No sabemos nada de lo que ocurrió fuera.
- Bueno, en ese caso... -Lydia busca las palabras, se toma un momento para decidir por dónde empezar-. Veréis, cuando empezó la plaga, el ejército se puso a evacuar a todos los que estábamos cerca de la zona de cuarentena, para aislar a los afectados lo máximo posible. Empezaron a llevarse a los habitantes de Cornwell y los alrededores a otras ciudades, aunque no era fácil, porque había que poner en algún lugar a todas esas personas. Construyeron algunos campamentos de refugiados... Suena raro, ¿verdad? Parece que tuviera que ser algo propio del tercer mundo... Pero lo cierto es que ellos pudieron salir de aquí, sólo espero que estén bien...
Se queda un momento callada. Supongo que habría personas queridas para ella entre los que se marcharon.
- Puede que estén en un lugar seguro -digo, tratando de reconfortarla. Ella se limita a desviar la mirada.
- ¿Qué pasó entonces, Lydia? -pregunta Lukas-. ¿Por qué no evacuaron a todo el mundo?
- Empezaron a aparecer nuevos focos de infección. Otras ciudades, en otros países... es lo último que supimos. No había suficientes recursos para contener la epidemia. Creemos que ampliaron la zona de cuarentena y que nosotros quedamos dentro. Simplemente, un día dejaron de acudir los camiones a por la gente. A los pocos que se aventuraron a marcharse solos, no los hemos vuelto a ver. Marcus era el segundo al mando en el ayuntamiento de Cornwell, la mano derecha del alcalde. Él y la ayudante del sheriff fueron los únicos de entre todas las autoridades que se quedaron hasta el final, con los últimos ciudadanos por evacuar. No vinieron a por nosotros, así que Marcus puso en marcha el plan de emergencia local y reunió a todos los que quedábamos aquí. No nos ha ido tan mal, como podéis ver. Hemos hecho planes a largo plazo, con la idea de mantener este lugar en marcha durante mucho tiempo. Nos costó un poco asumirlo, pero ahora parece que la gente está aceptando que nadie va a venir a buscarnos, al menos en algún tiempo. Estamos solos.



domingo, 19 de agosto de 2012

Solo

Siento que una oleada de alivio recorre al grupo. Ya no tendrán que decidir si me dejan entrar, ya no tendrán que sentirse obligados a aceptarme entre ellos sólo porque le salvé la vida a uno de los suyos. Ya no soy un problema para ellos. Sin embargo, ellos no me importan lo más mínimo. Los únicos que me importan, ahora mismo, son mis compañeros. Mishel está tan trastornada que no sé si realmente es consciente de lo que está pasando, y a Lukas apenas lo conozco. Y luego está Alex.

Le ha dolido lo que acabo de hacer, y mucho. Lo sabía desde el principio, y ha sido lo único que me ha hecho dudar de mi decisión, pero lo que ha ocurrido esta noche me ha hecho darme cuenta de que no puedo quedarme con ellos. Por mucho que me duela, no seré una ayuda sino un problema. Por supuesto, no me dejará marcharme sin una explicación y probablemente lo acabe haciendo en contra de su voluntad, de todas formas. Entiendo que se siente protegida a mi lado, aunque lo que pasa es que no es consciente del peligro que corre.

Me coge de las muñecas y me mira con tanta tristeza que hace que me duela el pecho. 
- ¿Qué vamos a hacer sin ti? -se le quiebra la voz al final de la frase.
- Lo mismo que cuando me marché la otra vez, Alex -respondo, y el recuerdo de mi huida sin explicaciones parece que reaviva otra herida. 
Esta vez voy a hacer las cosas bien.
- Voy a marcharme hoy mismo -digo, dirigiéndome a Marcus y su grupo-. Podéis quedaros con el todoterreno. Sólo os pediré que me devolváis mi arma y que me deis una mochila con algunas cosas que pueda necesitar. 
Marcus asiente. Una mochila con utensilios de supervivencia a cambio de un todoterreno. Si tienen acceso a una fuente de combustible, es un gran negocio.
- También me gustaría tener unas palabras con Alex -añado-. En privado.
- No tengo inconveniente -dice Marcus-. ¿Podéis hablar aquí fuera, en la puerta? Nos llevaremos a Mishel dentro y nos ocuparemos de ella.
- De acuerdo -respondo. El grupo entra en el instituto, y nos quedamos solos. Respiro hondo, y trato de poner en orden mis pensamientos.

Alex se queda mirando la puerta cerrada unos momentos, y luego se vuelve hacia mí. Me cuesta sostenerle la mirada. Ella no dice nada, espera pacientemente a que yo empiece a hablar. La verdad es que tampoco le hace falta, el dolor se le ve claramente en el rostro. Vuelvo a coger aire.
- Sé que esto te duele mucho, Alex -empiezo-. Pero créeme, si me marcho es porque no he encontrado otra salida.
- Entonces me voy contigo.
- No, no puede ser. No puedo estar con nadie, no puedo estar cerca de las personas.
- ¿Por qué? -ahora parece asustada. No quiero que me tenga miedo, pero a lo mejor así aceptaría mejor mi partida.
- Porque soy un peligro para todos.
- ¿Un peligro? -dice, levantando las manos-. Pero si eres tú el que siempre nos ha protegido de todo.
- Lo sé, Alex, y siempre he querido protegeros. Pero hay algo en mí que va mal, y cuanto más tiempo paso junto a otras personas, se va volviendo peor. Esa fue la razón por la que me marché la otra vez, porque tenía miedo de haceros daño. Nunca me alejé mucho del grupo, pero no podía compartir una habitación con vosotros porque no sabía en qué momento podría perder el control.
- Isaac... ¿por qué no nos has contado nada? 
- ¿Qué os iba a contar? ¿Que soy medio zombi?
- ¿Eres medio zombi? ¡No me había dado cuenta!
El sarcasmo de su última frase me duele un poco, pero trato de no enfadarme. No quiero discutir con ella, sólo despedirme como es debido.
- Tienes que haberte dado cuenta de que no es seguro estar conmigo.
Alex hace una pausa, respira hondo y me mira. Supongo que a ella también le cuesta organizar sus emociones ahora mismo.
- Mira, esto es lo que sé -dice-. Un zombi te mordió. Te inyectaron algo que supongo que pretendía ser una cura, pero los tíos que lo hicieron no se quedaron para ver si hacía efecto, en lugar de eso tomaron unas cuantas muestras y se fueron, lo cual no entiendo. Y luego despertaste, era como un milagro, y entonces resultó que estabas un poco raro, pero antes de que pudiéramos aclarar qué iba mal, desapareciste. Me dolió mucho, ¿sabes? que te fueras sin decir nada. Aunque al menos, entonces, estaba Sam... Y después de que nos pasara de todo, en el peor momento, apareciste y me salvaste la vida. No creas que no vi lo que hiciste para protegernos... destrozaste a aquellos hombres. ¡Pero ellos eran unos monstruos! Y luego te dedicaste a matar zombis. Entonces, ¿por qué eres un peligro para nosotros?

Hace una pausa y los dos nos quedamos callados un rato. En ese momento, la puerta del instituto se abre y vemos aparecer a dos muchachos con una mochila. Me quedo quieto, congelado sobre mis pies, así que Alex se acerca a ellos por mí y la recoge. Vuelven dentro en un segundo, y ella revisa el contenido de la mochila.
- Una manta, cuerda, dos mecheros, agua, unas latas de comida, una navaja, una vela, una linterna y pilas -enumera-. Y tu pistola.
- Bien -asiento-. Puedes quedarte con la comida, no la voy a necesitar.
- ¿Por qué no la vas a necesitar? -pregunta con cautela.

No sé muy bien cómo empezar. Al final me decido a hablar.
- Esas cosas que hice a aquellos hombres, todas esas cosas horribles... podría hacerlas a cualquiera de vosotros, a cualquier persona dentro de ese instituto. Podría ocurrir en cualquier momento, no sé cuándo podría perder el control.
- Pero te has controlado mientras has estado con nosotros...
- Sí, pero recuerda que hacía poco tiempo que había... que había comido, porque eso fue lo que hice con aquellos cabrones. Me los comí -suena todavía peor en mi boca que en mi cabeza-. A medida que pasaban las horas se ha ido haciendo más difícil... tengo mucha hambre, Alex, y la comida normal me hace poner enfermo. Necesito carne fresca.

Da un par de pasos hacia atrás. Parece asustada. No quería darle miedo, pero supongo que es inevitable.
- Ayer, cuando llegamos y nos obligaron a desnudarnos, sentí que podía saltar sobre cualquiera de vosotros en cualquier momento. Preferí quedarme fuera con Mishel, porque no sabía cómo iba a reaccionar estando rodeado de gente. Después, cuando se acercaron los zombis, justo al salir el hombre de los bocatas... Una vez acabé con ellos, mi primer instinto fue lanzarme sobre el hombre y darme un festín. Tuve que emplear todas mis fuerzas para concentrarme en no hacerle daño. Me acerqué a él muy despacio, y conteniendo la respiración, y aún así el hambre hacía que me doliera el estómago y me hirviera la sangre. Estuve a punto de perder el control, y eso es algo que no me puedo permitir.
- Díos mío, Isaac...
- Nunca quise que me tuvieras miedo.
- Yo nunca te tendré miedo -dice ella, pero su forma de mirarme ha cambiado.
- Eso es una temeridad por tu parte -le digo, aunque se me escapa una sonrisa-. ¿Entiendes ahora por qué no puedo hacer otra cosa que marcharme?
Me mira un rato, y al final asiente lentamente con la cabeza.
- Si esta gente se entera de tu condición, no sólo no te dejarían entrar aquí, sino que tú también estarías en peligro. 
- Supongo que puedo contar con que no dirás nada. Si me convierto en una amenaza para ellos, no me extrañaría que Marcus viniera a por mí. La forma en que me han mirado... creo que me tienen miedo.
- No te preocupes -dice ella-. Mientras no hagas daño a ninguno de los suyos, no creo que pase nada.
- Para no hacer daño a nadie, necesito alejarme. ¿Lo entiendes?
Suspira.
- Lo entiendo. ¿Dónde irás?
- No lo sé -digo, y me vuelvo para mirar a mi alrededor-. Creo que al bosque, por el momento, lejos de la gente. A lo mejor un tiempo a solas me sienta bien. Quizás en algún momento pueda volver.
- Eso me gustaría.
- Siento tener que despedirme de ti. Desde aquella noche en el hospital pensaba que íbamos a estar juntos hasta que todo esto terminara. Formamos un buen equipo.
- Sí, aunque esto no tiene pinta de acabarse, ¿no crees?
- Te echaré de menos.
- Y yo. Si en algún momento necesitas ayuda, ya sabes dónde encontrarme -hace un gesto con la mano, señalando el instituto.
- Gracias. Tú puedes... no sé, proyectar el signo de Batman en el cielo, tal vez lo vea y pueda venir en tu ayuda.
Se ríe, el sonido de su carcajada me reconforta. Al final yo también me río. Otra vez esta chica me sorprende, sacando fuerzas de quién sabe dónde para seguir adelante.
- Buena suerte, Isaac -dice, y me abraza. Yo la abrazo también, y nos quedamos así un rato. Entonces, la maldita sensación en el estómago, el impulso de clavarle los dientes en el cuello, me obliga a separarme de ella. Cierro los puños con fuerza y trato de concentrarme de nuevo.
- Lo siento -me mira otra vez con esa tristeza suya que echa abajo mis defensas.
- Tú no tienes la culpa. Cuida de Mishel y Lukas. Y sobre todo, cuídate mucho, Alex.
- Y tú.

Me cuelgo la mochila al hombro y me doy la vuelta. Echo a andar, sin volver la vista atrás, aunque sé que ella está ahí, en la acera frente a la puerta del instituto. Sigo andando, sin volverme, hasta saber que ella ya me habrá perdido de vista. Miro a mi alrededor, las calles desiertas de Cornwell parece que me devuelven la mirada. Estoy solo.

miércoles, 15 de agosto de 2012

En deuda

El alboroto dura poco. Algunos de los habitantes del instituto salen intentando acallar los gritos de los que han observado la escena desde las ventanas y, sobre todo, de una mujer que llora histérica en la entrada principal. El hombre que había salido con la comida es sometido al examen de rigor, así que me doy la vuelta y trato de pensar en otra cosa. Me dirijo al coche en busca de Mishel, para compartir la cena con ella. Ya les daré las gracias por los bocatas mañana.

Golpeo con los nudillos la ventanilla trasera del todoterreno, aunque no veo a mi compañera. Detrás de nosotros, escucho cómo la puerta del instituto se cierra y las voces se acallan poco a poco. No creo que quieran llamar la atención de más compañía esta noche, así que se dan prisa en que el silencio vuelva a ser sepulcral, o por lo menos, que no se les escuche desde el exterior. Golpeo la ventanilla otra vez y entonces veo un bulto que se mueve. Un poco exasperado, trato de abrir la puerta, pero está cerrada desde dentro.
- Mishel, soy yo, Isaac. Traigo la cena.
Ninguna respuesta. Pero la veo, está escondida bajo los asientos. Sé que está traumatizada y todo eso, pero empieza a ponerme de los nervios.
- Por Dios, Mishel, tienes que tener hambre. No hay nadie más aquí. Baja un poco la ventanilla y te daré un bocadillo.
Tengo que esperar al menos medio minuto a que se decida, pero al fin se incorpora y abre la puerta, sólo una rendija, lo suficiente para que pueda darle su comida, y cierra de nuevo. Bueno, ya está, no tendré que preocuparme de ella en un rato.


Todos parecen muy alterados durante un buen rato, incluso después de que Joseph haya regresado sano y salvo de su encontronazo con los zombis y con Isaac. La mujer que chillaba antes, que debe de ser su pareja, sigue llorando en algún aula al final del pasillo. Desde la habitación en la que estamos Lukas y yo, vemos a varias personas ir y venir, pero nadie nos dice nada. Alguien está recibiendo una bronca monumental de Marcus, creo, se le oye gritar desde aquí. Lydia aparece de vez en cuando para traernos algo, una manta, un poco de agua, cualquier cosa, pero cuando le preguntamos no responde nada en claro. Al final, cuando todo parece más calmado, conseguimos que hable un poco más.
- ¿Tienes idea de dónde salieron los zombis? -le pregunto-. Creía que esta zona estaba limpia.
- Y lo estaba -dice ella, consternada-. No sabemos de dónde vinieron, ni por qué no lo supimos antes. El vigilante debería haberlos detectado mucho antes de que llegaran, pero parece que no estaba en su puesto. Marcus quería arrancarle la cabeza, no sé cómo lo van a castigar.
- ¿Cómo está Joseph? -le pregunta Lukas.
- Bueno, está asustado -dice-, pero no ha resultado herido. Vuestro amigo lo ha protegido bien. Ha luchado como un..
- Como un animal -termina Lukas. Me molesta un poco el comentario, pero no se aleja de la realidad.
- No quería decir eso -se disculpa Lydia-. Es sólo que... bueno, no había visto a nadie luchar así.
- Nosotros tampoco -le digo yo-. Sólo a Isaac.
- Cuando empieza, es como una máquina -interviene Lukas-. No para hasta destrozarlos a todos. 
Lydia se queda intranquila con esa explicación. Creo que ha sido poco afortunada. Intento suavizar la tensión un poco.
- Pero ya has visto cómo ha protegido a Joseph. A nosotros también nos salvó la vida. A mí me la ha salvado varias veces, de hecho.
- Supongo que le debemos eso...
- Espero que lo recordéis mañana, cuando se decida si puede entrar o no. 

Desenvuelvo mi bocata y me llega el olor de la carne ahumada. Sinceramente, no es lo que más me apetece ahora mismo, pero tengo tanta hambre que no puedo más, así que le doy un bocado, luego otro, me lo trago sin apenas masticar, y en un par de minutos lo he terminado y sigo con hambre. El hambre, que nunca se me pasa. Y entonces, apenas un minuto después, siento cómo se me revuelve el estómago y tengo el tiempo justo de ponerme de rodillas junto al todoterreno para no vomitarme encima. 

Cuando termino estoy temblando y me duele todo el cuerpo. ¿Me he intoxicado con ese bocadillo? Me pongo en pie como puedo, agarrándome al parachoques del vehículo, y escruto la penumbra intentando averiguar si Mishel está bien o también se ha intoxicado. Por lo que veo, está comiendo tranquilamente, al menos tan tranquilamente como podría hacerlo. Se vuelve hacia mí cuando se da cuenta de que la observo, pero no consigo deducir nada de su expresión. Parece que a ella no le ha hecho daño la comida, así que imagino que en mi caso ha sido por mi... nueva condición. Me siento fatal, tengo hambre y la situación no parece que vaya a mejorar, así que me doy por vencido. Me siento en el suelo, al otro lado del todoterreno, apoyo la espalda en la rueda y me dedico a esperar a que salga el sol de nuevo. Aunque tampoco estoy seguro de que eso vaya a solucionar nada.

Lukas y yo estamos solos en el aula. Llevamos aquí toda la noche, sentados en el suelo junto a un montón de mesas apiladas al fondo. Lydia nos ha traído sacos de dormir, agua y un par de mantas, así que realmente tenemos todo lo que necesitamos para descansar. También tenemos una vela con la que iluminamos la habitación, aunque sé que deberíamos apagarla. Sin embargo, no consigo tranquilizarme y me paso todo el tiempo observando la calle a través de la ventana, aunque ahora la oscuridad es tan profunda que apenas puedo distinguir la silueta del coche aparcado frente a la entrada. Lukas, cansado, me pide que deje de caminar por la habitación y trate de dormir un poco. 
- Vamos a estar aquí hasta que se haga de día -dice, echando un vistazo en dirección a la puerta-. Sabes que no podemos salir, ¿no? Han cerrado desde fuera.
- Lo sé -respondo. Me siento encerrada.
- Vamos a descansar un rato, ¿vale? Isaac estará bien, y a Mishel no le pasará nada mientras él ande cerca. 
Asiento con la cabeza de mala gana y me meto en el saco de dormir. Lukas apaga la vela y escucho cómo intenta acomodarse para pasar el resto de la noche. No sé qué le estará viniendo a la mente ahora mismo, probablemente lo mismo que a mí. Cuando cierro los ojos la cabeza se me llena de imágenes aterradoras: los zombis rodeando a Sam, unas manos sujetándome mientras otras me quitan la ropa, un arma apuntándome a la cabeza, Isaac infectado, la maldita zanja de los muertos. Hago un esfuerzo por dormir, aún sabiendo que todas esas cosas me perseguirán en mis pesadillas. Estoy tan cansada que, a pesar de todo, se me acaban cerrando los ojos y siento por un rato que puedo esconderme debajo de las mantas y olvidarme del mundo.

La temperatura baja poco antes del amanecer. El frío en la cara y en las manos hace que me sienta más relajado. Sigo teniendo hambre, de todas formas, creo que no me voy a librar nunca de esta sensación. Me esfuerzo por dejar la mente en blanco. Quiero estar lejos de aquí. Comer hasta hartarme. No, mierda, no pienses en comer. Joder, me comería hasta una rata. Y sin embargo el bocadillo... tal vez fuera por el pan. Mierda, Isaac, no pienses en comer. Alex y Lukas están bien. Mishel ha sobrevivido a la noche, no le ha pasado nada a nadie a pesar de los zombis. He cumplido mi deber, he hecho lo que debía. Ahora podré descansar.

No sé cuánto tiempo ha pasado cuando escucho a alguien acercarse y se abre la puerta del instituto. Aparece un grupo de cinco o seis personas, incluyendo al que parece ser el líder, un hombre de mediana edad llamado Marcus. Parece que van a cumplir su palabra y darnos una segunda oportunidad de entrar. Marcus se adelanta y sonríe, en un intento de parecer amigable, aunque noto que todavía desconfía un poco.
- Bueno, parece que estás bien a pesar de los problemas de anoche -dice, y me cuesta saber si eso le alivia o le preocupa-. ¿Cómo está la chica?
- Está bien -respondo-. En el coche.
Escruto el grupo en busca de alguna reacción. Sobre todo, encuentro miedo. Me gustaría que Alex estuviera entre ellos, seguro que sabría decir algo bueno por mí. Esas cosas se le dan mejor a ella.
- ¿Dónde están mis amigos? -pregunto-. Quiero verlos.
Marcus asiente, evitando el conflicto, y envía a uno de sus compañeros a buscar a Lukas y Alex. Aparecen al cabo de un par de minutos que se me hacen eternos. Tienen una pinta un poco ridícula con un chándal azul bastante horrible, pero parece que están bien. Alex ignora las advertencias de Marcus y corre a abrazarme.
- ¡Isaac! -exclama-. Estaba muy preocupada por ti. ¿Y Mishel?

Echo un vistazo rápido, primero a Alex, luego a Lukas. Todavía les queda un buen trecho para recuperarse del todo, pero están limpios, sus heridas tienen buen aspecto y se les ve tranquilos, dentro de lo que cabe. Eso me tranquiliza a mí también y hace que se suavice un poco la tensión del ambiente. Me dirijo al coche y golpeo suavemente el cristal de la ventanilla trasera. Mishel está sentada mirando en mi dirección, aunque un poco ausente hasta que el sonido la sobresalta. Le pido que abra la puerta, y aunque vacila unos segundos, cede bastante fácilmente. Le doy la mano para que baje y la acompaño hasta la puerta, donde el grupo espera.

- Aquí está Mishel, como veis, sin rastro de infección -les digo, tal vez un poco desafiante-. Han pasado más de doce horas y continúa igual. Bueno, puede que tenga un poco de hambre.
Ella no dice nada, se limita a mirarnos a Alex y a mí como esperando que resolvamos la situación. Marcus piensa durante unos segundos. Al final, una mujer le dice en voz baja:
- La chica parece sana pero podría haber tenido contacto esta noche con algún zombi. Piénsalo, Marcus.
Él hace una mueca. Me están empezando a hartar con tanta tontería, hemos estado una noche a la intemperie a merced de los zombis sólo para complacerlos. Deberían tener más respeto por nosotros.
- Ningún zombi se acercó a ella, estaba dentro del coche -explico-. Y si lo hubiera hecho, ahora estaría muerta. 
Marcus todavía parece indeciso.
- Mira -les digo, un tanto exasperado-. Anoche un grupo de zombis pudo haber matado a uno de los vuestros. Le salvé la vida acabando con ellos. Creo que estáis en deuda conmigo y que deberíais aceptar a Mishel en compensación. 
Marcus y la mujer que ha hablado antes se separan un poco del grupo y hablan en voz baja.
- Está bien -dice Marcus después de pensarlo un rato-. La chica podrá entrar, y después de darse una ducha, será examinada por nuestro personal médico. En cuanto a ti...
- No tienes que preocuparte por mí -le digo-. Yo no voy a entrar.