jueves, 30 de abril de 2009

Mel


-Parece imposible que hayáis podido sobrevivir durante tres días solos, para llegar aquí desde tan lejos. Mi nombre es Melvin, pero todo el mundo me suele llamar Mel. Dijo el soldado, convenientemente uniformado. Así que pretenden salir de la ciudad...pues no creo que eso sea posible, mi pelotón y yo fuimos abandonados aquí dentro hace día y medio, desconectaron los transmisores y nos dejaron solos. La cosa debe estar muy mal, para algo así y lo comprobamos, vaya que si lo comprobamos....-dijo seriamente el soldado, dejando su mirada perdida como recordando las últimas horas pasadas con sus compañeros.
Su rostro duro y curtido, su semblante serio y la barba de varios días sin afeitar contaban que diversas batallas se habían sucedido en las últimas horas, batallas que por las medallas de soldado que colgaban en su antebrazo derecho, incluían posiblemente, la lucha contra sus propios compañeros de pelotón.


-Ya no me quedan granadas, ni demasiada munición, pero podemos intentar acercarnos al cordón que ha formado el ejército en cada salida de la ciudad, estamos sitiados, y según las últimas órdenes recibidas pensaban "volar" con kilos de explosivos las salidas de la ciudad, formar barricadas, trincheras y colocar minas. Lo que no entiendo es por qué no hay helicópteros intentando salvar a los supervivientes, o simplemente por qué no revientan la ciudad entera...al fin y al cabo nos han dejado tirados!!


Puse una mano sobre el hombro del consternado soldado, sin duda había muchas contradicciones, demasiadas.
Sam estaba atendiendo a Alexandra, entre bromas y pantomimas con señas, los dos reían en ésta pausa del peligro.
Desmonté la pistola y la limpié para volver a montarla después, era importante que no fallara en un momento de necesidad, aunque ahora no tuviera munición para ella.
Hice recuento de alimentos, ahora éramos uno más, pero seria suficiente hasta llegar al cordón, quizá estábamos a unas horas de la salvación.


-Y cuéntame Mel, ¿sabes algo de lo que ha pasado aquí?
El soldado me miró con una sombra en el rostro, -Al principio nos informaron de una revuelta, veníamos a pacificar, pues toda una gran ciudad se revelaba de forma hostil. Pero al llegar aquí y ver lo que había, los rumores hicieron presa de los soldados. Unos decían que era una maldición, un castigo divino o demoníaco contra las maldades de la raza humana, otros que había algo en el agua que volvió loca a la gente, incluso hubo quien creía firmemente que el cupo para las almas en el más allá estaba lleno, y los muertos se levantaban.
-¿Y tu estás de acuerdo?-dije con cierto tono de preocupación.
-Yo sólo se, que esas criaturas ya no son humanas, y que somos nosotros o ellos, es lo único que nos hace falta para sobrevivir.


De pronto alcé la vista para ver llegar a un alegre Sam, casi saltarín con su actitud, su hacha de bombero al hombro con las recientes muescas que había hecho, según decía, "al cortar cráneos de podridos". Y en cuanto estuvo a nuestro lado dijo: "Y bien, qué tenemos hoy en el menú?"

jueves, 23 de abril de 2009

Silencio

Está subido encima de una furgoneta que alguién dejó abandonada sobre la acera. Impasible, dispara una y otra vez en dirección a los pocos muertos que la explosión dejó en pie. Debió de lanzar una granada hacia ellos. Nunca pensé que agradecería a alguien que hiciese algo así. Empieza a gritar y a gesticular en dirección a nosotros, pero lo único que consigo oir desde la explosión es un molesto zumbido y las vibraciones amortiguadas con cada descarga de su ametralladora. Apenas nos ha dado tiempo de levantarnos del suelo cuando el militar baja de un salto de su privilegiada posición y llega junto a nosotros. Uno de los cadáveres se arrastra hacia él, tiene las piernas seccionadas a la altura de la rodilla. Sin mudar la expresión, le da una patada en la cabeza que hace saltar por los aires sangre, hueso y masa encefálica. Luego se da la vuelta en nuestra dirección y empieza a decir algo que no entiendo. Isaac y Sam han empezado a caminar tras él, así que los alcanzo y empezamos a correr. Nos conduce a través de una calle bastante amplia, sorteamos escombros y vehículos calcinados y enseguida abandonamos la vía principal para introducirnos en callejones estrechos. Me aterroriza pensar qué haríamos si nos viésemos rodeados en un lugar así, sin poder escapar, pero el militar parece saber lo que hace y ya nos ha salvado una vez. Sigo sin oir nada así que no me queda otra que seguirle, supongo. Empiezo a pensar que si hay un militar con nosotros que acaba de salvarnos la vida, es porque el ejército está aquí. Quizá hayan venido a buscar supervivientes y llevarlos a un lugar seguro, puede que hayan delimitado una zona de seguridad donde esos engendros no puedan entrar, o que estén evacuando la ciudad. Es posible que nos saquen de aquí, que nos lleven lejos de toda esta pesadilla... Se detiene. No me he dado cuenta y me he tropezado con Isaac, casi lo tiro al suelo. Me disculpo en voz demasiado alta ya que todavía no he recuperado la audición y miro a nuestro alrededor. Aquí no hay ningún camión para evacuar a los supervivientes, ni ninguna alambrada que delimite una zona de seguridad. Aquí no hay nadie más que nosotros. No hay ningún cadáver tampoco, por suerte. Decepcionada, me doy cuenta de que habrá que sobrevivir un poco más por nuestra cuenta. Está bien, ¿ahora qué? El militar está señalando hacia arriba. Hay una escalera de incendios a la que le falta el último tramo, de manera que los escalones quedan suspendidos a unos dos metros del suelo. Sam empuja un contenedor de basura debajo y sube encima lentamente. Está comprobando que aguanta su peso. Luego, ágilmente, demasiado incluso para un hombre de su tamaño, trepa por los peldaños inferiores y empieza a subir la escalera. Ahora me toca a mi. Aún con el contenedor soy demasiado baja para llegar a la escalera, pero Sam me ayuda desde arriba y me recibe a su lado con una sonrisa. Me contagia un poco de optimismo y se lo agradezco. Poco a poco, todos llegamos a la escalera y subimos hasta la parte más alta, la azotea de un edificio de viviendas de varias plantas. Tardamos un poco más de lo debido porque vamos cargados todavía con el botín del supermercado. La puerta que da a la escalera interior del edificio está cerrada y asegurada con tablones y otros objetos. No pueden entrar por ahí, al menos no fácilmente. Espero que tampoco sepan trepar. El militar se deja caer en el suelo y apoya la espalda en la pared. Se quita el casco con desgana y lo deja a un lado. Ahora puedo verle mejor la cara, tendrá unos treinta y cinco años, quizá un poco más, pero tiene unos ojos tan cansados que parecen mucho más viejos, como desentonando con el resto del rostro. Su uniforme tiene desgarros y manchas de sangre, las manos surcadas de pequeñas heridas. Se diría que viene del campo de batalla. Su expresión, por fin, deja de ser fría e impasible y se convierte en la del más profundo agotamiento. No parece tener demasiadas esperanzas de que un helicóptero venga de repente a buscarnos. Cansada, me siento en suelo cerca de él, el sol me da en la cara, es agradable. En otras circunstancias este sería un bonito día. Isaac se acerca al militar y empieza a hablar con él. Creo que le está preguntando algo, pero el zumbido de mis oídos, ahora ya menos intenso, hace que me resulte difícil entender lo que dicen. Cierro los ojos por un momento y disfruto de unos instantes antes de que el zumbido se desvanezca del todo y vuelva a escuchar otra vez los gemidos de los muertos.

domingo, 19 de abril de 2009

Rodeados


Comienza a ponerse en pie, trabajosamente, sin dejar de gritar. Maldito mendigo, por poco me da un infarto. Continua sin callarse. "¡¡Asquerosos ladrones, os voy a volver del revés!!" Instintivamente, los tres comenzamos a retroceder lentamente, las armas preparadas para defendernos con rapidez, mientras el hombre se tambalea en dirección a nosotros con el rostro contraído y las manos levantadas en un gesto amenazador. Sin la barra de metal, no supone una gran amenaza... Me preocupa más que sus gritos llamen la atención de compañía indeseable. Empiezo a hacer gestos para que se calle, Sam e Isaac me imitan rápidamente, dándose cuenta del peligro en el que nos está poniendo, pero el hombre no parece darse cuenta, sigue desgañitándose y agitando los brazos violentamente. Damos unos pasos atrás, lentamente, y una visión bastante perturbadora entra en mi campo de visión. Es uno de los cadáveres. Se mueve.

Parecía acabar de despertar, incómoda, de un sueño poco reparador. La niña reptó, moviéndose sobrenaturalmente y de forma tan rápida, que la estupefacción del momento nos impidió reaccionar a tiempo de avisar al viejo mendigo hasta que se le echó encima. El hombre pareció caer a cámara lenta de rodillas contra el suelo, estupefacto, condenado. Con la criatura enganchada al cuello y la sangre, burbujeante y espesa, se derramaba desde el cuello tiñendo todo a su paso. "¡¡Condenada niña!!" vociferó Sam que, como un resorte, nos despertó de la macabra situación. "¡Larguémonos antes de que se le ocurra levantarse a la madre!" sin dudarlo un segundo más, salimos a toda prisa dejando a la niña distraida con su víctima, si los gritos atraían a los condenados, no tendriamos mucho tiempo, así que giramos la esquina del supermercado para seguir rumbo al norte, cuando nos topamos de frente con una horda...

Estamos perdidos. La horda de muertos nos rodea y el interior del supermercado es una trampa mortal. Levantamos las armas de manera instintiva, pero no creo que sirvan de nada. Hay docenas de ellos y nosotros somos tres... Busco con la mirada alguna vía de escape, podríamos correr, parecen bastante lentos, pero nos han rodeado de verdad. No sé si lo que los ha atraído aquí son los gritos del mendigo o el olor de la carne humana, aunque poco importa eso ya. Está bien, voy a morir, pero me voy a llevar por delante a una buena cantidad de asquerosos despojos... Antes de terminar con ese pensamiento, oigo una explosión. La onda expansiva me lanza al suelo, a varios metros de donde estaba, y caigo entre los escombros. Ahora sólo puedo oir un pitido, mientras trato de incorporarme y miro a mi alrededor, confusa. Isaac y Sam están también en el suelo, a pocos metros de mi. Hay sangre y despojos por todas partes. ¿Qué ha pasado?

Vi caer tres piedras desde la derecha justo antes de la explosión, pero claro, las piedras no explotan... algo entumecido y manchado de restos de cadáveres, me incorporo ligeramente y observo a los "supervivientes" arrastrarse sin piernas hacia nosotros, algunos están enteros y caminan normalmente, cuando otro estruendo ensordece mi oído. Una ametralladora, alguien los está matando, miro hacia arriba, un militar solitario nos ha salvado.

martes, 14 de abril de 2009

Compras


Mi despertador fueron los ruidos de los muertos, como si crujieran dientes, los miembros arrastrándose, gimiendo constantemente con un lamento de ultratumba que ponía los pelos de punta. "Tampoco puedes dormir muchacho? últimamente madrugamos todos!" dijo Sam irónicamente, sin dejar por un momento su gentil y afable sonrisa. Todo quedó claro la noche anterior, teníamos que movernos, encontrar más provisiones y tratar de salir de la ciudad, comenté que probablemente los militares mantendrían la cuarentena, pero realmente y ante la magnitud de la situación, nadie podia estar seguro de nada así que decidimos movernos y hacer una incursión hacia las afueras, para evaluar la situación y tratar de escapar del éste infierno. Era nuestro tercer día, y cada hora que pasaba, me sentía más afortunado que los dueños de los lamentos que provenían del asfalto.

Me alegré de despertarme, aunque la realidad me golpease como un puño en cuanto recordé los acontecimientos de los días anteriores. Mis pesadillas no paraban de reproducir, una y otra vez, el ataque del día anterior. Quitarme es imagen de la retina supuso un gran alivio.
Nos pusimos en marcha poco antes del mediodía. Parecía la hora en que los muertos estaban más atontados, y habría suficiente luz durante unas cuantas horas.
Sam me da los buenos días con una sonrisa y me entrega un martillo. "No pesa mucho, así no te molestará. Pero puedes abrir una cabeza con este trasto, te lo aseguro". No se le borra la sonrisa, me maravilla su buen humor. Sólo con pensar en abrir una cabeza de un martillazo, me tiemblan las piernas. No sé si seré capaz de acostumbrarme a esto, si la situación se prolonga durante mucho tiempo.
Desde la azotea no se ve a ninguno de esos muertos andantes, así que decidimos salir ya. En silencio, vigilantes, nos dirigimos hacia el norte, la salida de la ciudad que queda más próxima. Algunos edificios tienen las ventanas tapiadas y objetos grandes en las puertas, a modo de improvisadas barricadas. Me pregunto cuántos supervivientes habrá.

"Esta ciudad es enorme" pienso mientras calculo que debemos llevar unos 40 minutos en la misma dirección, es complicado y lento avanzar así, esquivando los grupos de malditos que aparecen en nuestro camino, escondiéndonos tras los coches, o portales mientras esperamos a que pasen sin que nos detecten. Como dijo Sam, parece que están bastante atontados en ciertas horas del día, aunque prefiero no fiarme demasiado, el recuerdo del muerto corredor sigue persiguiéndome en mi mente. Decidimos no coger ningún coche, pues podríamos vernos atrapados en cualquier calle o avenida, llenas de vehículos cruzados, accidentados o simplemente abandonados de cualquier manera. Seria una ratonera si nos alcanzaran metidos en uno. La gente empieza a organizarse, hay algunas pintadas que indican refugios, edificios con barricadas de distinta índole, e incluso he podido ver a alguien vigilando desde una azotea. Algunos alzan la mano cuando nos ven pasar por la calle, o indican direcciones hacia las que no se puede continuar, es curioso, nadie nos invita a unirnos. Quizá toda precaución es poca, abrir la puerta a unos desconocidos, sin saber si pueden estar o no infectados... Veo un supermercado, lo indico en silencio a mis compañeros y nos dirigimos allí a por provisiones, preparo el hacha, tengo un mal presentimiento de lo que pueda haber en su interior...

Imitando a Isaac, Sam y yo preparamos también nuestras armas, sin saber realmente a qué podemos enfrentarnos. Las puertas están en el suelo, bruscamente arrancadas de los goznes y dobladas sobre sí mismas, lo cual no es muy buena señal. En el interior, algunas luces fluorescentes parpadean y dejan entrever el desastre: es evidente que han pasado por aquí. Hay manchas de sangre en el suelo y en las paredes, y algunos cadáveres en el suelo que podrían levantarse de un momento a otro. Procurando no separarnos, llenamos un par de mochilas de comida y agua embotellada, y algunas otras cosas que quizá necesitemos, como cuerdas, tijeras, alcohol, gasas estériles... "Nos vendría bien una mochila más" dice Sam, observando de reojo que uno de los cadáveres tiene una a su lado. Se aproxima al cuerpo, con el hacha preparada, lentamente. El muerto convulsiona violentamente y parece que va a ponerse en pie, pero él es rápido y le parte la cabeza en dos. Me doy cuenta de que he estado aguantando la respiración cuando vuelve triunfante con la mochila robada. La llenamos rápidamente antes de que alguno más decida volver a la vida, o lo que sea que tengan ellos, y cruzamos a toda velocidad los pasillos que nos separan de la salida. Es entonces cuando empezamos a oír un murmullo...

Es curioso como el cuerpo humano activa recursos fisiológicos de forma tan precisa con el único objetivo de sobrevivir, ni siquiera vi el golpe, simplemente lo esquivé de alguna forma. La barra de metal pasó a escasos centímetros de mi cara, me las arreglé para agacharme en una maniobra evasiva mientras con la parte roma del hacha, golpeé a mi agresor en la boca del estómago. La barra de metal provocó un fuerte estruendo al caer contra el suelo y rodar unos metros en dirección opuesta a su dueño. El agresor, compungido y dolorido tenia como única visión el fluorescente medio descolgado del techo. "¡¡Por Dios pero que....!!?" exclamaron al unísono, Alexandra y Sam, con las armas prestas dispuestos a rematar a nuestro atacante. "¡¡Malditos hijos de puta!! ladrones!!...arrggg casi me revientas el estómago animal!!" tosiendo entre jadeos el agresor se incorporaba pesadamente. El hombre rondaría los 50 y tantos, desaliñado, sucio, con varias americanas superpuestas, los pantalones atados con un cordel y una barba que no veía una cuchilla desde bastante antes del azote de los muertos. "Salid de mi tienda! antes de que me recupere y os arranque la tráquea!!" amenazó el mendigo alzando el puño mientras tosía de nuevo. Nos miramos perplejos, casi incrédulos ante la extraña situación.

viernes, 10 de abril de 2009

Fireman


Huimos durante casi media hora, la masa de cadáveres a nuestras espaldas. Cada vez más cansados, observamos como ganan terreno peligrosamente. Necesitamos alguna maniobra para despistarlos o estaremos perdidos. Nos adentramos cada vez en callejones más estrechos, creo que hemos llegado a lo que era el casco antiguo. Ahora no todos pueden avanzar a la vez y poco a poco algunos van quedando atrás. Sin embargo, esto podría ser una trampa mortal si encontramos algún callejón sin salida. Doblamos una esquina, dos, tres, creo que me he desorientado, atravesamos un pasaje entre dos calles y salimos a una plaza amplia, despejada. Los muertos se escuchan detrás de nosotros, pero aún no los vemos. Cruzamos la plaza tan rápido como nuestras agotadas piernas lo permiten y de pronto vemos a alguien haciendo señas. Parece un superviviente. Podría ser una trampa, pero ya no podemos más, así que cambiamos ligeramente el rumbo y nos dirigimos hacia él. Está frente a una estación de bomberos y entra en ella justo cuando llegamos. Le seguimos sin vacilar y, una vez dentro, cierra las puertas con fuerza.

"Mi nombre es Sam, Sam Wilkins, es grato ver a dos supervivientes." Sam era un hombre curtido, de mediana edad, que por su complexión y vestidura, pertenecía al cuerpo de bomberos. "Encantado, mi nombre es Isaac, y ella es la doctora Alexandra". Estrecho su mano. La expresión de sus ojos azules habla de lo cansado que está, las manchas de sangre en su ropa hablan de lo dura que ha sido su jornada. "Aquí no queda nadie más, cuando todo empezó a irse a la mierda, salió casi todo el cuerpo a distintos barrios simultáneamente, nadie regresó excepto tres compañeros y yo de mi misma unidad, uno de ellos bien mordido. En aquel momento no sabíamos nada de lo que estaba pasando, así que cuando Joe cambió...bueno...imagina la estampa, la estación sitiada, nosotros tapiando ventanas, evitando que los muerde sesos entraran y el maldito Joe, se lanzó contra Willy al cuello, ¡¡macho parecía un perro en rabia!! Tuve que reventarle la cabeza de un martillazo y el resto del tiempo estuvimos intentando impedir servir de cena a esos malditos podridos, hasta esta mañana cuando Julian salió al amanecer para buscar provisiones. Sí, parece que al amanecer y durante las horas del mediodía están más atontados si no ven víctimas que perseguir. El caso es que Julian no ha vuelto todavía, y me temo lo peor, por eso estaba vigilando quien llegaba, cuando os vi aparecer".

Isaac y yo nos miramos, con expresión sombría. Todavía estamos recuperando el aliento y siento como todo mi cuerpo tiembla. Sam se da cuenta enseguida. "¿Qué... qué es lo que pasa? ¿Sabéis algo? ¿Lo habéis visto?" Suspiro, negando con la cabeza. "Nos han atacado" explico. "Decenas de ellos, comenzaron a perseguirnos. Uno de ellos ha estado a punto de matarme. Si no llega a ser por Isaac..." La imagen de aquel engendro sobre mí se reproduce continuamente en mi pensamiento, se me quiebra la voz. Isaac continua por mí. "Era mucho más rápido que los otros, pero conseguí aplastarle la cabeza contra el suelo. Los demás continuaron persiguiéndonos hasta que llegamos aquí. Perdimos la mitad de nuestras provisiones. Espero que los hayamos despistado, si nos rodean aquí tenemos poco que hacer." La expresión de Sam se ha ido transformando en una mueca de dolor. Apoya los brazos sobre una mesa y hunde la cabeza entre ellos. Es bastante probable que su compañero se haya encontrado con los muertos. Nosotros tuvimos mucha suerte...
Miro a mi alrededor. Estamos en un garaje enorme donde hay un solo camión. A un lado, una escalera metálica lleva a una puerta en la parte de arriba, donde deben de estar las oficinas de la estación. Las ventanas están tapiadas y las salidas bien cerradas. Parece un lugar seguro, pero no me atrevo a relajarme. "Deberíamos subir a la azotea. Así podremos vigilar una zona bastante amplia" dice Sam. "Cogeremos algunas cosas de aquí. Hay muchas herramientas que podemos utilizar como armas en caso de que nos ataquen los zombies". ¿Los ha llamado zombies? ¿Es eso lo que son? Así que después de ver docenas de películas de terror este va a ser nuestro paradójico destino...

Encontré una buena hacha de bombero, y decidí llevarla como arma hasta que consiguiera hacerme con más munición para la pistola. Finalmente subimos a la azotea a través de las oficinas tapiadas, eran una rudimentaria aunque efectiva protección, al menos nos daría tiempo para actuar y también haría las funciones de alarma si los podridos decidían aporrear las tablas de madera para llegar hasta nosotros. Aquella noche fue más amena, Sam era un tipo agradable y parecía de fiar, nos contó más detalladamente todos los acontecimientos que le llevaron hasta el momento de encontrarnos, y estaba tranquilo, pues su mujer y su hija habían conseguido viajar a casa de su suegra, al otro lado del país. Así pues, tras cenar un delicioso guiso de judías calentado de forma precaria en un pequeño camping gas, debatimos los tres hasta altas horas de la noche sobre las posibles vías de actuación que teníamos ante nosotros.

lunes, 6 de abril de 2009

Cacería

La ciudad estaba mortalmente tranquila, habíamos recorrido diversas manzanas, buscando pequeños supermercados para poder conseguir provisiones. Tuvimos mucha suerte, en el primero de ellos pudimos comer bien, y agenciarnos un par de mochilas donde llevar principalmente latas de conserva, cereales y algunos productos que pronto encontraríamos caducados en todas partes, así que ¿por qué no aprovechar? al fin y al cabo nadie podía prever lo que duraría esta caótica situación. Tras salir de la "compra" caminamos buscando un refugio más adecuado que el banco para pasar la siguiente noche, si algo estaba claro es que la calle era sinónimo de una desagradable pesadilla. A pesar de todo, el Sol o la luz diurna no debía gustarles, pues la ciudad parecía desierta al menos en nuestro actual distrito. "Alexandra ¿Llevas bien el peso de la mochila, no pesa demasiado? Creo que tengo algún hueco en la mía para algunas latas más"

"Estoy bien, de momento. Pero no creo que quepa nada más" digo, mirando de reojo a mi espalda. Me he quitado la bata del hospital, la ropa oscura que llevaba por debajo parece más apropiada para pasar desapercibida. No hemos visto a nadie desde que dejamos el banco esta mañana. Los otros dos, el hombre y la niña, no quisieron venir con nosotros. No se atrevían a salir, aunque a mi me parece más peligroso quedarse allí.
Atravesamos una larga avenida y nos adentramos en una calle llena de edificios de oficinas. Esto era parte del distrito financiero, ahora desierto y abandonado. Los disturbios debieron ser graves aquí, hay cristales y escombros por todas partes. Vuelvo a mirar atrás, comprobando que nadie nos sigue. Me estoy volviendo un poco paranoica. "Por favor, relájate un poco" dice Isaac. Creo que mi ansiedad le altera un poco. "Lo siento" respondo, y sigo caminando. Ahora me vuelvo de golpe. Esta vez, estoy segura de que he oído algo, como un murmullo, pero cuando observamos atentamente no encontramos indicios de movimiento alguno. Isaac me coge del brazo y tira de mi. "No podemos quedarnos parados, hay que encontrar refugio". Avanzamos un poco más y escucho de nuevo el murmullo. No puedo evitarlo y miro de nuevo a mis espaldas. Isaac abre la boca para protestar, pero cuando se da la vuelta, se queda sin palabras.

Como atraídos por la sangre de nuestras venas, varias de esas criaturas aparecían de cualquier parte, algunos incluso daban la sensación de "despertar" en ese instante, y lo que antes parecía un cadáver al Sol, se alzaba ante el paso y gruñidos de los que se reunían tras nosotros. "Nunca me había sentido tan atractivo" digo con una mueca a modo de sonrisa forzada, "Aceleremos el paso, son lentos pero puede haber miles, y en esta avenida no estamos precisamente a cubierto" la doctora asiente, veo la tensión aumentar paulatinamente en sus ojos, y comenzamos a acelerar el paso. Giramos a la derecha en el siguiente cruce, para encontrar de frente una macabra "manifestación" de muerte, lo curioso es que ya estaban de camino hacia nosotros, así que damos media vuelta y aceleramos un poco más, nerviosos. "¿Actuan en común o simplemente es casualidad que todos parezcan olernos?" Pienso en voz alta mientras caminamos deprisa esquivando coches, escombros y lo que parecen inofensivos cadáveres. De pronto oigo el grito de pánico de Alexandra : "¡Ah!¡Corre!!!" mientras tira de mi manga, giro la cabeza justo a tiempo para ver que de entre la multitud que nos persigue, uno de esos muertos especialmente escuálido, sale entre ellos y carga a la carrera contra nosotros, parpadeo incrédulo, perplejo y empezamos a correr, como liebres huyendo de los perros en una cacería.

Es muy rápido, es mucho más rápido que todos los demás despojos juntos. Nos persigue a lo largo de toda la avenida y ni siquiera cuando cambiamos de rumbo parece despistarse, la horda de muertos arrastrándose detrás de él. Isaac está bien entrenado, pero yo no. El pecho me arde y las piernas apenas me responden, continuo únicamente por instinto de supervivencia. Entonces algo me frena y casi pierdo el equilibrio. ¡El maldito despojo ha agarrado la mochila! Me la saco de la espalda y sigo corriendo, pero la tira al suelo y se echa encima de mí. Grito y forcejeo, doy patadas, esquivo un mordisco por los pelos. El corazón me va a estallar, no puedo creer que vaya a morir aquí. Un rodillazo en el estómago, me quedo sin respiración, ni siquiera puedo gritar del dolor. De reojo veo a Isaac, se ha detenido en medio de la calzada. Consigo liberar una mano y le doy un puñetazo en la cara al muerto, su nariz se deforma grotescamente pero ni aún así vacila un instante. Parece que el olor de la sangre lo vuelve incluso más salvaje. Al fin consigue inmovilizarme del todo y observo presa del pánico cómo se prepara para asestar su golpe de gracia.

Oigo tras de mi un golpe seco, algo cae en el suelo, giro la cabeza sin dejar de correr y veo al zombi abalanzarse sobre Alexandra, ¡Está perdida! pienso dándome cuenta de que estoy parado en la calzada mirando la escena, empiezo a correr de nuevo. El muerto parece saborear el instante antes de asestar un bocado a su presa, con una fuerza atroz la mantiene inmovilizada gruñendo y babeandole encima una mezcla de saliva y sangre por el golpe recibido en el rostro. Se abalanza sobre ella con los dientes prestos y en el último instante la cabeza del monstruo se estampa contra el asfalto violentamente a la izquierda de la doctora. Entro en cólera tras esa primera patada, y sigo pateando duramente la cabeza del zombi mientras se revuelve entre gruñidos y convulsiones. De pronto algo tira de mí con desesperación, "la doctora" pienso, "La horda de muertos se nos echa encima Isaac, ¡¡vámonos!!"
Exhaustos y jadeantes, sin tiempo para retomar el aliento, continuamos la carrera con una mochila menos.

domingo, 5 de abril de 2009

El día después


Entra luz por los ventanales resquebrajados del banco. Es de día, hemos sobrevivido. Me pongo de pie, tratando de no hacer ruido. Busco a Isaac a mi lado, pero encuentro el suelo vacío. Miro a mi alrededor, con la respiración entrecortada, hasta dar con él. Está de pie, observando la calle. En la esquina opuesta, el otro hombre duerme con la niña entre los brazos. No debe de tener más de ocho años. Entonces me doy cuenta de que está despierta y de que está observando el exterior a través de las ventanas. Su expresión es el reflejo del terror.
Inmediatamente, sigo con los ojos la dirección de su mirada. La calle aparece vacía, desolada. Algunos coches arden, otros están volcados... los comercios parecen haber sido saqueados, las casas incendiadas, hay cadáveres y sangre esparcidos por todas partes. Parece que hubieran pasado por aquí los piratas más sanguinarios imaginables. Casi río ante esta ocurrencia. Es mucho peor que eso.

Siempre recordaré el agobio que sentí al salir a la calle aquel primer día tras el "suceso". La ciudad se habia transformado en un macabro reflejo de sí misma, las sombras parecían arrastrarse como serpientes y los edificios inclinarse hacia mí con muecas deformadas en los ventanales, que recordaban sonrisas sedientas de sangre con colmillos de cristales afilados deseosos de atravesar carne.
La ilusión desapareció rápidamente cuando una delicada mano me tocó el hombro mientras una voz femenina decia "¿Estas preparado para buscar algo de comida y un refugio mejor?"
Asentí aún preocupado por lo que podriamos encontrar ahí fuera, la ciudad no pintaba nada bien, sabia que no podiamos ser los únicos supervivientes, pero estaba convencido de que el porcentaje de vida en la ciudad se había reducido drásticamente en las últimas horas...

viernes, 3 de abril de 2009

Reflexiones


Abro los ojos tras un fuerte ruido de arañazos, miro hacia la ventana de donde proceden para ver las manos ensangrentadas de uno de esos cadáveres ambulantes. La doctora está a mi lado profundamente dormida y trato de levantarme con cuidado de no despertarla. Camino sigilosamente medio agachado hasta el ventanal, preparo la porra para golpear justo en la cabeza del otro lado del cristal....no me ha visto, alzo los brazos y siento un golpe seco en el estómago, miro hacia abajo mientras las fuerzas me abandonan y la porra se desplaza a cámara lenta hacia el suelo....veo cristales, y un brazo descarnado incrustado en mi abdomen...siento un sabor férreo en el paladar y un espeso líquido gotea por la comisura de mis resecos labios...¿eso es todo? ¿ya terminó?


Despierto de golpe envuelto en oscuridad, espero unos segundos a que mi visión se adapte, estoy sudoroso, y tengo el abdomen intacto. Una pesadilla.
Me seco el sudor con el reverso de la mano, sintiéndome todavía aliviado de seguir con vida, aunque sea en el mismísimo infierno. Miro la hora en mi reloj de pulsera, las 4 menos cuarto de la mañana...
El padre con su niña siguen durmiendo abrazados, miro a la doctora, dormida a mi lado y oigo mi propio suspiro. Es curioso, no la conozco de nada, pero ya formamos un equipo, empezamos esto juntos y preferiría no tener que separarnos hasta que todo este asunto de los muertos andantes se aclare.
Sonrío en la oscuridad y trato de volver a conciliar el sueño, no será fácil, pues sonidos de ultratumba se arrastran por la ciudad.

jueves, 2 de abril de 2009

Recuerdos

Me despierto de madrugada, sin entender demasiado bien por qué me duele todo el cuerpo. Entonces recuerdo que he estado durmiendo en el suelo, sin más abrigo que la ropa que llevo y la bata del hospital, que ha acabado ensangrentada y llena de polvo tras la huida. Recuerdo también lo que ocurrió antes, la declaración de la cuarentena, la revuelta, urgencias colapsado, los cadáveres... Siento un fuerte dolor en el pecho que no tiene nada que ver con ningún golpe. No concibo cómo puede estar pasando esto, no me parece real... pero escucho claramente disparos lejanos, ladridos de algún perro, las respiraciones pausadas de los tres desconocidos con los que me he refugiado aquí...
Me acuerdo de mi vida. Del apartamento en el centro, de las guardias en el hospital, de los cafés con Emma y David, de las discusiones por quién tiene esta noche el mando de la tele, de estudiar hasta la madrugada, de esa estúpida manía de revisar el correo electrónico cada cinco minutos. De un montón de tonterías que quizá no vuelva a hacer, de una vida que ahora parece lejana, perdida para siempre. No creo que vuelva a ser la misma persona si vivo cuando esto acabe. Me acuerdo de mi familia a trescientos kilómetros de aquí, puede que cuando se enteren de todo esto haya muerto... Me recorre un escalofrío. Quizá para entonces me haya levantado de la muerte, puede que sea uno de esos despojos que recorren ahora mismo las calles. Le pediré a Isaac que me dispare si eso ocurre. No quiero ser un monstruo. Sólo quiero sobrevivir.

miércoles, 1 de abril de 2009

Una noche fuera de casa

Giramos otra calle, cruzamos otra avenida, y atravesamos el tercer parque en dirección a ninguna parte. Había disturbios por toda la ciudad, pequeños campos de batalla donde se luchaba contra la mismísima muerte para conseguir quizá unas pocas horas más de vida. Todo era un caos.
El pequeño apartamento donde me alojaba habia sido incendiado, y la entrada del céntrico edificio donde residia la doctora Sky, estaba tan plagado de cadáveres que no nos atrevimos a pasar entre ellos para entrar...por si se les ocurria moverse.
Sin nada más que lo puesto, y sin un lugar seguro al que acudir, seguimos caminando a pesar de mis contusiones, intentando evitar todo contacto peligroso.

Se hacía de noche. Había cadáveres por todas partes, coches volcados, edificios incendiados. "¿Puedes respirar bien?" le pregunto al policía. Temía que tuviese alguna costilla rota. Él asintió con la cabeza, sin dejar de vigilar a un lado y a otro de la calle. "Hay que encontrar un lugar seguro" murmuró. "No podemos pasar la noche en la calle, es demasiado peligroso. Ya no me quedan balas". Escuchamos gritos muy cerca, pasos, disparos. Tengo mucho miedo. Los pasos se acercan. "Tenemos que escondernos" susurro, conteniendo la respiración. Ante nosotros está lo que queda de Cavendish Bank. Alguien ha roto los cristales, no parece que haya nadie en su interior. Alguien viene, no tenemos muchas opciones... así que entramos.

Entramos en el banco abandonado, las sombras nos engullen a tiempo de que los despojos humanos que oíamos acercarse arrastrando los pies no nos localicen. Oigo un profundo suspiro de alivio a mi lado y dejo de contener el mio. Cierro la puerta con cuidado de no hacer demasiado ruido y un "Gracias" se escucha en un rincón al otro lado de la entrada al pequeño banco, allí arrebujados hay un hombre orondo abrazando a su pequeña hija, ambos están sucios y asustados por lo que se ve, y al igual que nosotros no llevan nada más que lo puesto.
La doctora y yo nos acomodamos en la oscuridad, no es prudente comprobar si hay electricidad, pues llamariamos demasiado la atención. Al parecer ésta va a ser una larga y fría noche...
"¿Cómo se llama doctora? *sonrío por lo normal que suena la pregunta en contraste a la situación* aún no hemos tenido tiempo de presentarnos"

"Alexandra Sky" digo, dibujando en la oscuridad una sonrisa invisible. "Isaac Martin" responde él en un susurro. "¿Cómo va el dolor?" pregunto. Después de todo, sigue siendo mi paciente. "Soportable" murmura. Permanecemos en silencio un tiempo, sentados en el suelo entre papeles esparcidos y azulejos rotos. Al otro lado de la estancia, la niña solloza en brazos de su padre.
Una vez la adrenalina de la huida comienza a desaparecer de mi cuerpo, recuerdo que llevo casi dos días sin dormir, pero no me atrevo a cerrar los ojos. Empiezo a cabecear, Isaac se revuelve a mi lado, intranquilo. "Estás muy cansada. Deberías dormir. Yo vigilaré. Sobreviviremos".
Me estremezco. Hecha un ovillo en el frío suelo de mármol, finalmente me dejo vencer por el cansancio y me sumo en un sueño lleno de pesadillas.